Entrenador personal

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Nuestro entrenamiento es a campo abierto, en el mismo sitio en que me llevó su hermano Stan. Frente a nosotros, a unos diez metros y encima de un viejo tronco, varias latas de cerveza vacías a las que debía derribar.

Su experiencia fue notoria en todo momento, incluso al decir que no era lo mismo disparar una escopeta a un arma. Aunque, mi pésima puntería se debía al nerviosismo que su cercanía me producía.

Sentir su respiración en mi nuca y su aliento me distraía. La primera vez tomó mis manos y enseñó a coger el arma, la primera y única vez que logré darle al objetivo. Después de eso, el recuerdo de lo sentido, su voz o verlo a mi lado sin tocarme, hacía imposible todo.

El día de hoy viste en vaquero, camisa y tenis, un atuendo relajado que distrae la vista por la forma en que su pantalón se pega al cuerpo. Observo su anatomía, inclinarse a recoger las latas y sonrío ante la imagen de su trasero, tensarse al recogerlas.

—Una vez más —ordena avanzando hacia mí —esta vez deja de verme como si fuera tu postre preferido y concéntrate.

—¡No es así! —protesto lo que ocasiona su ceja se enarque y yo me muerda los labios para no delatarme. —Estoy concentrada.

—¡Pervertida! —acusa —acosadora —insiste— ¿Qué sucedería de ser lo contrario?

—Nada —refuto inocente levantando el arma. —no eres capaz de dañarme.

—Admiro tu fe ciega en mí —comenta y se instala detrás de mí —Estoy lejos de ser el ángel que crees.

—Lo que veo es lo que eres —comento ubicando mi cuerpo de medio lado y alzando el arma que equilibrio con la izquierda—es difícil salir de las sombras, quien lo hace y se mantiene en la luz, tiene mi respeto.

—¿Lo dices por experiencia? —pregunta—no te veo como pecadora. —se mofa.

—No toda oscuridad obedece a pecar, algunos son llevados por otros a ella y obligados a permanecer.

—En eso tienes razón. —apoyo el dedo en el gatillo y busco la lata del centro —confío en ti, sé que puedes hacerlo.

La voz deja de ser divertida y pasa a ser seria, sin verle sé que es así. Inspiro y suelto el aire acomodando los dedos que se ciernen en el arma. Imagino el rostro de Ludov en cada una de ellas y logro derribar la que deseo.

La seguridad que me da darle me permite aventurarme a la segunda, tercera y cuarta. Todas con el mismo resultado. La calma que me transmite la imagen del viejo tronco solitario y sin nada sobre él es inmensa.

Siento que me he quitado un peso de encima y la adrenalina empieza a bajar poco a poco. Todo ocurre en cámara lenta, volviendo a la realidad cuando Nikolái retira la pistola de mis manos y sonríe con orgullo.

—Lo hiciste excelente —me felicita. —es buena, no es la que hubiera escogido para ti.

Guardo silencio viéndolo retirar el proveedor y después la bala de la recámara. Avanza hacia el maletín que ha traído y saca una segunda más pequeña, guardando la que me dio el señor Weber en mi bolsa.

—He pensado mucho en la mejor técnica para ti —empieza a decir —llegué a la conclusión que la mejor arma es la prevención.

Le escucho decir que resulta más cómodo explicarme qué hacer cuando veo un vehículo o persona rara, al abrir la puerta de mi coche o al salir de casa o trabajo.

—Enseñarte a agarrarte a golpes o buena puntería con una de estas, es bueno, pero es mejor si sabes prevenir el uso de ambas—suspira estirando la mano para entregarme el arma —Sé que te sientes segura si la traes contigo, hay fallos si no sabes cuando o en qué momento sacarlas.

NIkolái 5to libro saga Angeles o demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora