Enemigo declarado

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El apartamento de Ginger, estaba ubicado en zona céntrica de la ciudad, acceder a él no ameritó esfuerzos de mi parte. La seguridad era pésima, un par de guardias distraídos detrás de una pantalla de TV en donde se proyectaba un partido de Futbol.

Un apartamento, elegante, de paredes blancas, pisos en mármol y acabados dorados, ese era el hogar de la mujer. Sin fotografías personales, diplomas o el tipo de lujo suntuoso que sueles ver en esa clase de mujeres.

Estaba por dar mi búsqueda fallida cuando me topé con los documentos de Ginger Vanessa Sallow Ryder. Una de las dos mentiras señaladas por la comunicativa vecina, se había ido al traste. No puedo juzgarla por no mencionar su segundo nombre, la mayoría lo odia.

La segunda mentira, la que hablaba de su estado civil, seguía allí y eso me hizo seguir en mi búsqueda. En todo momento estuve pendiente de las cámaras de la casa de Ana Lucia. La imagen de ambas amigas en la pantalla de mi móvil en una conversación tensa.

Ana no dejaba de sonreír al ramo de rosas al que le había buscado un jarrón y adornada la mesita de centro. Ginger con el mismo rostro agrío nada feliz.

A punto de claudicar tropiezo con una pieza en imitación de cuero marrón. El pasaporte de Ginger parece haber esperado por mí y le doy un vistazo.

Vigente y sin ningún sello.

¿Qué hay del viaje a París? Donde se supone estuvo por varios días y hasta le trajo un obsequio a su entrañable amiga. Miro a Dante que acostado en un sillón blanco en donde muy seguramente dejara señas de su presencia y bufo.

—Es hora de irnos —le digo y alza sus orejas, pero no parece tener la intensión de irse. —has lo tuyo —le insisto y sigue sin moverse.

Regreso el pasaporte a su lugar y me dirijo a la puerta al notar que Ginger se despide en este instante. Dante salta del sillón, se dirige a un rincón y tras olfatear deja su marca en una planta ornamental.

—¿Es necesario? —pasa por mi lado y sale a los pasillos como si aquello fuera un obsequio a la dueña —necesitas correctivos.

A mi regreso, la casa de Ana estaba en penumbras, Ana ya se ha ido a dormir. Con las llaves de la casa en mis manos y mi mascota rascando la puerta para que le abra, permanezco en los límites de ambas.

¿Qué procede? Me pregunto lanzando un suspiro largo. Mi experiencia con las mujeres se limita a encuentros sexuales ocasionales pagados la mayoría de ellos. Un número reducido, eran con mujeres comprometidas, con novios o esposas con las que la química fue instantánea y acabó en sexo.

En resumen, aventuras pasajeras que no llegaron a comprometer sentimientos. Mi primera experiencia sexual consensual fue a los catorce, pagado por un amigo de delitos. Un acto traumático en donde el gozo no se hizo presente, por mi constante lucha en no asociar el rostro de la desventurada con mi madre.

Una prostituta callejera, cuyo olor fue imposible sacármelo de encima por días. Bastó solo ese encuentro para no querer usar ese tipo de mujeres. El siguiente fue tres meses después, cuando ahorré el dinero suficiente para una de lujo.

Allí permanecí hasta que conocí a la ocupante de la casa de al lado.

Abro la puerta y le doy paso a Dante que se instala en su lugar frente a la chimenea. Aquí permanecerá hasta la mañana siguiente a no ser que escuche algún ruido.

—Buenas noches —me despido de él y alza su cabeza para verme un instante antes de hacerse un ovillo.

Entro a la ducha y como única compañía de lo que tengo hasta el momento sobre la desaparición de Ludov. Voy directo al día en que estuve en ese bar, cuando fui en búsqueda de Elijah Hamilton, el taxista.

NIkolái 5to libro saga Angeles o demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora