El hermano de mi amor

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Fue Dante el que me sacó de mi letargo al adentrarse a la tormenta en medio de ladridos, obligándome a seguirle. Había perdido a Nikolái, pero de ninguna manera permitiría que sucediera lo mismo con él.

¿Qué le diría al volver? Porque volvería, de eso estaba segura.

—Dante —le llamo —Ven aquí.

Me esforcé en seguirle el paso y no perderlo de vista, el animal no respondía a mis llamados o ruegos, lo hice en medio del llanto y desesperación. Debía llevarlo a casa y dejarlo con una nota a mis padres, pero Dante me hacía el trabajo difícil.

Avancé varios metros y seguí insistiendo en hacerlo llegar a mí. Nos habíamos alejado de los terrenos, estábamos llegando al bosque, sitio en prohibido por nuestros padres.

—Cariño, Detente por favor —le ruego sollozando.

Una antigua mina abandonada y miles de historias de vecinos o compañeros de escuela que se arriesgaron a ir hasta allí. Siendo Ginger una de las primeras en acudir y con eso se ganó el respeto de toda la escuela.

En la niñez nos decían que era cueva de monstruos y brujas. Lo decían acompañado de historias cargadas de terror, siempre en las noches al irnos a la cama.

Con la llegada de la edad adulta, llegaron los verdaderos motivos, aunque si habitaban monstruos y una que otra bruja. No eran como la imaginábamos, la soledad y la cercanía con las vías férreas hacía a esos terrenos, escondites perfectos para criminales.

—No podemos seguir —le riño —¡Dante!

El viento retiraba el cobertor de mi cabeza y la fuerza de la lluvia hacía cerrar mis ojos obligándome a detener en varias ocasiones. Dante me daba cierta tregua al olfatear en rocas o las raíces de los árboles.

Me permitió llegar hasta él y no huyó como en otras ocasiones. Me hubiera gustado que lo hiciera, lo quise al ver la marca de sangre en el tronco del árbol y que la lluvia disolvía hasta las raíces.

Esas que Dante olfateaba en este instante.

—Por Dios —sollozo viendo a Dante —lo estás siguiendo —limpio mis lágrimas y sonrío arrodillándome ante él —eres un chico listo. —le digo acariciando su oreja.

Entonces y sin previo aviso empezó a aullar. El sonido que emitía era de dolor, erizo toda mi piel y aumento el llanto. Entendí de quien era la sangre y compartí su dolor, también que él estaba siguiendo el rastro dejado por su dueño.

Desconozco si apropósito o accidental.

—Está herido, no muerto —le calmo.

Repito esa frase en mi cabeza inyectándome optimismo, no es un hombre que se deje vencer. Dice estar ha acostumbrado a luchar, desde que tiene memoria, su vida ha estado rodeada de fracasos que ha debido sortear.

—Este es uno de ellos —repito levantándome —te sigo...

En el siguiente recorrido sus pasos se volvieron más lentos, producto quizás de las heridas que no sanaban en su totalidad.

Había guardado los dardos y de vez en cuando me aseguraba que el arma estuviera en su lugar. Su permanencia en mi cuerpo me brindaba cierta seguridad, no tenía claro que haría al llegar, de momento solo deseaba hacerlo.

Un par de kilómetros más dejamos atrás el bosque y lo que teníamos frente a nosotros era un claro de más de cien metros. Un sitio plano, con marcas de tránsito de autos, Dante avanza en círculos por varios puntos y se detiene.

Reconocer en donde estoy y a sus dueños, ayudó a que el dolor se disolviera y el odio hiciera su aparición. Estaba en territorio Neville, había visto ese aterrizar helicópteros un par de veces desde la parte trasera de la casona.

NIkolái 5to libro saga Angeles o demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora