Mi defensor

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El descanso impuesto por mi jefe hizo que todos los días fueran iguales. Los domingos y lunes se convirtieron en hermanos gemelos, cuando lo normal es que sean como el día y la noche. Intentar hacer cosas distintas los fines de semana era una tarea ardua y absurda.

Un domingo por la mañana, sin la felicidad acostumbrada, me mantuvo de mal humor. La casa resplandecía, los quehaceres todos estaban realizados. En búsqueda de esa arma limpié en varias ocasiones.

El juego de llaves de la casa de Nikolái me atraía de vez en cuando. No por curiosidad, mi interés era ayudarle a limpiar y de paso retiraba la sensación de asfixia que me envolvía en estos días.

Suspiro pesado lanzando las llaves a la cesta y negando, no puedo haber caído tan bajo. Debo volver a trabajar o me volveré loca, he descansado suficiente. Con una taza de café en mis manos salgo al porche y me siento a mirar el jardín.

Mi mirada viaja a mi vecino de al lado, no hay rastros del auto y Dante hace días no se escucha. Le he dado un vistazo al buzón y está lleno, él i ni siquiera está llegando a dormir. Llevo mi móvil a todos lados, no lo pierdo de vista, con la esperanza que me llame o envíe un mensaje.

No va a suceder, pero eso no evita que mantenga la esperanza intacta.

—Linda mañana para un pícnic, ¿No te parece? —apresurada, sigo al dueño de esa voz y le sonrío al señor Aníbal que degusta como yo una taza de café —¿Me extrañaste? —Pregunta sonriente.

Afirmo levantándome de la tumbona y corriendo hacia los límites de nuestra casa. Las marcas del broceado están en sus mejillas, las pecas en su cuello y brazos sobresalen. Con todo, hay en él cierta alegría que contagia.

—¡Mucho!

—No tanto como a tu chico—me riñe señalando a la casa de Nikolái —Llevas diez minutos viendo hacía ya con tristeza —escudriña mi rostro antes de seguir —¿Problemas en el paraíso?

Muerdo mis labios con nerviosismo y sostengo con ambas manos la taza ante el temblor en ellas que amenaza con hacerla caer.

—¿Qué sucede?

Su dulce voz debería tranquilizarme, pero ocurre todo lo contrario. Descubro que no soy tan fuerte como creo o llevo mucho tiempo conteniendo el miedo que todo esto representa.

—Estoy en problemas...

—Ven —me pide rodear el cerco —tomaremos ese café adentro —sugiere.

No poseo fuerza para contradecirle y me dirijo hacia su hogar. El jardín de los Weber es más colorido que el mío, su césped suele estar cuidadosamente podado. Al ingresar a su hogar, no me sorprende que sea más hermoso que el mio o que el decorado sea costoso. Es la casa más grande de la zona, situado en lo alto de la colina y con mejor vista.

—Dos años siendo vecino y es la primera vez que ingreso a su hogar —me animo a romper el hielo consciente de sus pasos detrás de mí.

—Nunca has sido sociable, decente, sin dudas, pero inmersa en tus cosas. —comenta en el mismo tono que reconforta.

—Logré despegar el vuelo y cuando imaginé lograría llegar alto —niego deteniéndome en mitad de su salón —Ludov me cortó las alas y cuando vuelven a salir aparece para cortarlas.

Solo que en esta ocasión la cortó tanto que sangran. Las manos del señor Aníbal toman mi brazo y me conduce al comedor. Un distinguido juego de seis piezas marrón en madera de pino está en mitad de la sala. En mitad de este un ramo de flores recién cortadas de su jardín.

En silencio retira una silla y me ayuda a sentar, acto seguido lo hace él frente a mí dejando en la mesa su taza de café. Comenta que estamos solos, su esposa fue a hacer mercado. Tras más de un mes de vacaciones, lo poco que estaba en la despensa se dañó.

NIkolái 5to libro saga Angeles o demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora