Capítulo 1

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Sky

Ser la badgirl era tan divertido.

No había normas que cumplir, podía liberar a la bestia que había en mi interior y hacer lo que me saliera del coño.

Porque ya estaba cansada de ser la niña buena.

Ser la chica rebelde me hacía no ser tan popular en el instituto. Mis compañeros me odiaban y yo tampoco los soportaba. No quería estar ahí. Punto final. Mi lugar no era ese, rodeada de niños ricos con casas gigantescas, ropa de marcas caras y cochazos extravagantes.

No. No pertenecía a ese mundo de lujo, por mucho que mi padre insistiera en borrar mi pasado de un plumazo.

Dibujé pequeños círculos en la hoja del cuaderno mientras escuchaba al profesor explicar una lección soporífera. Suspiré. Las matemáticas me encantaban, pero me aburría muchísimo en clase. No entendía por qué repetíamos todos los años la misma cantinela, como si fuéramos tontitos. Me sentía subestimada.

Trice, mi única amiga en esa cárcel llena de sobredosis de hormonas, me dio un ligero codazo en las costillas.

—Aterriza en la Tierra, Sky. No entiendo qué te pasa.

La miré con disimulo mientras dejaba el bolígrafo sobre la mesa, encima de la hoja llena de dibujos de mi cuaderno. Mis apuntes eran un desastre, un reflejo del caos que había en mi cabeza.

—No me gusta estar aquí.

—¿A quién le atrae la idea de escuchar al señor Piksie hablando sobre derivadas? —objetó.

Hice una mueca.

—Ya, creo que se piensa que somos tontos.

Justo por delante de nosotras, a unas mesas de distancia, noté cómo Aaron le pasaba una notita a Felicity. Puse los ojos en blanco. Su grupito de amigos me sacaba de quicio. Eran de los que se creían buenos por encima de todo; pero yo no creía en que hubiera alguien tan ingenuo. Las personas no son cien por cien algo, las cosas no son blancas o negras; existen toda clase de tonalidades de gris y lo que a simple vista puede parecer una cosa puede terminar siendo todo lo contrario.

Aunque no iba a ser yo quien se metiera en esa discusión.

Aparté la vista justo cuando unos ojos marrones cálidos me interceptaron en la distancia. Se me revolvió el estómago, se me erizó el vello de la nuca y se me retorcieron los dedos de los pies. Apreté los labios al mismo tiempo que centré cada mota de energía en mantener en alto mi escudo, en no ruborizarme y no cambiar mi semblante impertérrito.

No dejes que nadie vea a la verdadera Sky. A nadie le importa quién eres en realidad, solo la imagen que das, me repetí a mí misma aquel mantra para darme las fuerzas que necesitaba para soportar otro día más en esa pecera de ricachones.

Con el corazón bombeándome con fuerza, fingí que redactaba lo que tan apasionadamente nos estaba explicando el profesor. Me sequé el sudor de las manos en la falda gris del uniforme escolar y, cuando por fin sonó el timbre, recogí mis cosas con una calma inexistente. Si quería que los demás creyeran que era imperturbable, debía fingirlo.

Al pasar cerca del grupito de esos insufribles, escuché cómo Aaron, uno de los más populares y el novio de Felicity, la perfecta de mi hermanastra, siseaba:

—Zorra.

En lo que dura una milésima de segundo, frené en seco, me giré hacia él, un rubiales que se creía el más de lo más solo porque su padre era el dueño de una gran empresa, para escupirle con todo mi veneno:

—Pero bien que te gustaba que te la chupara.

Incluso yo había caído bajo sus encantos el año anterior. No os creáis que viví un apasionado romance como en las novelas que de vez en cuando leía, porque solo fue una pequeña aventura que desearía borrar de mi mente. Sabía muy bien qué clase de tío era. Era un lobo escondido en piel de cordero, el chico más posesivo que había conocido, un puto tóxico de mierda.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora