Capítulo 4

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♪ Adam ♪

No tenía ni idea de por qué Felicity echaba chispas cuando la recogí la mañana de ese jueves para ir al instituto, aunque pronto lo descubrí: Sky había vuelto a las andadas. Otra vez.

Resoplé.

Por supuesto que había sido ella.

Que no os engañe su carita de buena, esos ojos azules como el cielo sin nubes y las prendas llenas de brillos y colores que solía llevar cuando no vestía el uniforme; bajo eso se escondía una chica cuyo único hobbie era joder a los demás. Como sacada de la película Mean girls, se comportaba como si tuviera el mundo a sus pies.

Por algo no era, ni de lejos, la chica popular. Todos se apartaban en cuando se cruzaban con ella en los pasillos. Sky tenía muy mala reputación y si no querías que te humillara con esa lengua viperina que tenía, mejor no entrometerte en su camino.

Felicity dio un puntapié en el suelo, furiosa, en cuanto empezamos a caminar hacia el instituto. No vivíamos muy lejos, a no más de diez minutos andando, siete si nos dábamos prisa.

—Te lo juro, está insoportable desde que Sam la ha castigado. Pero, ¿sabes?, la chava se lo merece. Eso le pasa por hacer lo que le da la real gana. A mí no se me ocurriría desobedecer a mi madre, jamás, en la vida.

—Sky y tú no tenéis la misma personalidad, Liz.

—Eso está claro —resopló.

El aire helador de la mañana me hizo temblar. Me resguardé en el chaquetón que llevaba. Ambos avanzamos a paso lento por las calles, sin prisa; las clases no empezarían hasta dentro de media hora. Cuando estábamos por girar hacia la entrada del gran campus que ocupaba el edificio del Jenny's Collage School, alguien nos adelantó y chocó con demasiada fuerza el codo con el de mi mejor amiga. Su cabellera rubia, alguna de cuyas puntas estaban pintadas de un rosa suave, ondeaba al son del viento, como si ella fuera capaz de controlarlo a su antojo.

A pesar de su actitud tan desconcertante, Sky Sephard me parecía una chica muy interesante.

Felicity puse los ojos en blanco, pero no comentó nada. Quizás ya se había acostumbrado al comportamiento de su hermanastra o simplemente quería dejarlo pasar. Algo que debéis de saber de mi mejor amiga es que odiaba la violencia, no la toleraba y se ponía muy mal cuando veía una pelea o una discusión, por muy tonta que pareciera.

Vi cómo Sky se perdía en ese mar de estudiantes apresurados y, durante unos segundos, me perdí en el suave balanceo de la falda de color gris, de sus piernas largas enfundadas en las medias granate, en cómo se le ajustaba la chaqueta azul marino al cuerpo como si se tratara de una segunda piel. Me quedé tan embobado que me hubiera estampado contra una de las farolas de no haber sido por los buenos reflejos de Felicity.

—Eh, ¿estás bien?

—Sí, estoy bien. Solo... —tartamudeé aún con los ojos puestos en su hermanastra.

Felicity me obligó a mirarla.

—¿Sí? —Enarcó una ceja oscura, inquisitiva.

Sacudí la cabeza.

—Yo... me he acordado de una cosa y me he quedado atontado —mentí, porque ¿qué otra cosa podía decirle? ¿Que Sky me atraía? Sería como clavarle un puñal por la espalda. Se suponía que estábamos en bandos distintos, que éramos enemigos. No podía permitirme sentir nada por ella.

Las chicas malas solo traen problemas.

Esa castaña no parecía muy convencida.

—Si tú lo dices... —murmuró poniendo la vista al frente.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora