Capítulo 35

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Sky

Retrasé al máximo la vuelta a casa. No tenía ni idea sobre qué narices habrían hablado Adam y Felicity y eso me preocupaba muchísimo. No me gustaba dejar las cosas en manos de terceros, menos no haber tenido noticias de Adam en todo ese tiempo.

Kyle me había llevado a ver a Sarah, su adorable hermanita pequeña. Por lo general, estaba en otro grupo del centro, pero llevaba un par de días sin venir porque había pillado un constipado. Su madre la había estado cuidando aquella tarde, aunque poco después de que llegara se tuvo que marchar a trabajar. La señora Gardner era enfermera y tenía un horario muy precario.

El único indicio de que la niña estaba enferma era el leve sonrojo que adornaba esa pequeña nariz respingona, idéntica a la de su hermano. Con un grito guerrero, se me pegó como un koala. Chilló de pura alegría al verme, como hacía todas las veces que me veía.

—¡Sky, Sky, Sky! Quiero enseñarte mi habitación. Mami me ha dejado decorarla a mi gusto.

Me quedé muy sorprendida con los cambios. Ya no usaba la litera con forma de castillo y tobogán que le había regalado a los seis años con mis ahorros personales, sino una sin mucho adorno, solo una colcha de color rosa pastel. Además, las paredes estaban pintadas de un lila suave, un mural que seguro que había diseñado su hermano mayor adornaba una de las paredes, con las palabras «Sueña a lo grande. Extiende las alas y vuela bien alto» escritas con su caligrafía. Los muebles seguían siendo los mismos, aunque habían instalado un sillón viejo junto a la ventana, un par de libros tirados en el suelo.

Se me escapó una sonrisa. Parece que alguien estaba siguiendo mis pasos.

Silbé en señal de aprobación. ¿Tanto tiempo había pasado desde la última vez que estuve allí?

—¡Qué bonita!

—Mami y Kyle lo han hecho ellos dos solos.

Mi mejor amigo le toqueteó el pelo con cariño. Amaba a Sarah con todo su ser.

—Para la princesita de la casa lo mejor.

Me derritió verlos interactuar. Estuve con los dos hasta pasadas las ocho de la tarde. Suspiré. Debía volver a casa y enfrentarme a la realidad. Puede que tuviera suerte y no me cruzara con mi hermanastra. Quizás pudiera escabullirme por la puerta de atrás si estaba abierta y esconderme en mi habitación o puede que Adam todavía estuviera con ella.

Por supuesto que no la iba a tener. Para cuando llegué media hora después, me interceptó de camino a mi cuarto. Tomé una gran bocanada de aire para armarme de paciencia y valor necesarios para afrontar lo que iba a suceder.

Esa conversación iba a ser un antes y un después en nuestra relación de tira y afloja.

—Necesito hablar contigo.

—No tengo tiempo.

—Es sobre Adam.

Me detuve a mitad de camino, aún de espaldas a ella. Me volví con un movimiento lento. Sus ojos relucían, su semblante serio. Todavía seguía vestida con los pantalones vaqueros y la chaqueta azul eléctrico de brillos que me fascinaba tanto. Podría habérsela tomado prestada de habernos llevado bien e incluso yo podría haberle dejado las blusas que sabía que le gustaban tanto.

Pero no pudo ser. ¿Sería cierto que podríamos llegar a llevarnos medianamente bien?

Le indiqué con un gesto que continuara. Señaló la sala de estar, en el piso de abajo. Bajé las escaleras y me dejé caer a una distancia prudencial de ella, todavía evaluando qué decir y cómo actuar. Felicity se quedó callada unos minutos. Mientras, mi cabeza maquinaba miles de posibles escenarios para esa conversación: que me prohibiera ver a Adam, que le encantara la idea, que recelara, que me odiara...

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora