Capítulo 5

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Sky

No me pude sacar a Adam de la cabeza en lo que quedaba de día, ni todo lo que me dijo.

¿Quién se creía para hablarme de tal modo? Como si yo fuera a dejar que un chico me amedrentara. Antes muerta.

Pero lo que más rabia me daba era que había estado a punto de besarlo, que había fantaseado con la idea de decirle que sí, que quería que me besara. Si me hubiesen dejado unos segundos más, estoy segura de que me habría armado de valor para juntar nuestros labios. ¿Sabría tan dulce? Adam era un bombonazo, pero, por mi bien, no debía dejar que él conociera a la verdadera Sky.

Me pasé las manos por el pelo, frustrada conmigo misma. Argh, ¿por qué me alteraba tanto ese chico? De piel tostada, pelo lleno de ricitos oscuros, sonrisa canalla, ojos marrones y de una personalidad tan dispar a la mía, no podía sacármelo de la cabeza. Era frustrante. Lo peor de todo es que toda la inteligencia que poseía se iba a la mierda cuando estábamos solos. No sabía qué decir si no actuaba como la mala. Se me secaba la boca, mis piernas se volvían de gelatina y la fachada de chica perfecta que intentaba mantener tenía fugas.

No, éramos incompatibles.

Por mi bien, debía mantenerme alejada de él si no quería que mi secreto saliera a la luz, que viera lo rota que estaba.

Pero, como todo, la vida tenía otros planes para mí.

Era un día cualquiera. Habíamos hecho un examen muy difícil de matemáticas, aunque yo lo había terminado al de veinte minutos de empezar y me había pasado el resto de la hora mirando las musarañas o trazándome líneas en el brazo. Nos habían dado la nota del examen de lengua —había sacado la calificación más alta— y mandado un trabajo de biología en solitario. Todo apuntaba a que no ocurriría nada fuera de lo común, que sería un día aburrido como cualquier otro.

Me equivocaba.

De entrada, como se había vuelto costumbre desde hacía unas semanas, pillé a Adam observándome a última hora y eso provocó que todo mi interior se revolucionara. Al contrario que aquella primera vez, logré mantener los nervios a raya y, por suerte, no mostré ni una sola emoción por muy nerviosa que me pusiera que de todas las chicas de la clase solo me mirara a mí. Conseguí que nadie viera el temblor de mis manos poniéndomelas bajo las piernas.

Justo cuando salía de clase, sola porque Trice había hecho pellas otra vez, recibí un mensaje suyo.

«¿Todo bien?»

Apreté los labios. Ni siquiera me pregunté cómo había conseguido mi número. Estábamos dentro del mismo chat del curso.

«¿Qué te importa?»

«Tu frialdad me lastima 💔.»

Puse los ojos en blanco. Sí, claro.

«Eres un dramático 🙄.»

«Admite que al menos he conseguido sacarte una sonrisa.»

Cuando terminé de leer ese último mensaje me di cuenta de que, sin quererlo, había desaparecido el escudo que mantenía en alto y que una sonrisa verdadera bailaba en mi boca. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué era tan complicado mantener la máscara en alto en cuanto Adam hacía de las suyas?

¡No! Basta ya, Sky. No, no te vas a enamorar de él. ¡No puedes enamorarte de él!

Solo cuando el aparato vibró entre mis manos me di cuenta de que no le había respondido.

«¿Sigues ahí? ¿Qué está pensando por esa cabecita tan mona?»

Me derretí. Era tan tierno, tal dulce, tan bueno.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora