✮ Sky ✮
Me sentía en la mismísima mierda. Quería estar sola. Estaba sola.
Ya no me quedaba nadie, nadie que me atara al pasado, al barrio en el que crecí. No podía seguir adelante, no sin las bromas de mi mejor amigo, sin su sonrisa que tanto me sacaba de quicio, sin lo mucho que me motivaba a ser la mejor.
¿Qué haría ahora? ¿Cómo podría seguir sin él, sin mi amigo de la infancia?
No podía... No podía respirar. Lo necesitaba. No podía haberse ido, haberme dejado sola. Yo... no podía seguir sin él.
Me miré en el espejo, a esta nueva versión de mí misma, oscura como mi propia alma. Observé toda la ropa de color que había dejado apilada en un rincón. Me asqueaba a mí misma. ¿Cómo podría avanzar cuando una parte tan fundamental de mi vida se había roto?
—No puedo... No puedo —le susurré a mi reflejo. Sin embargo, pronto borré las lágrimas que descendían por mis mejillas de un movimiento brusco—. ¡Basta ya, Sky! Deja de comportarte así.
No podía hacerme la fuerte, no ahora que mi mejor amigo se había ido. Porque todas las personas a las que quería se alejaban tarde o temprano. Primero mi madre, luego mi padre y ahora él. Me habían echado una maldición para que siempre me quedara sola, para que no encontrara la felicidad.
No podía dejar que nadie me viera tan vulnerable. Debía ser la misma de siempre o peor que ella. Había nacido una nueva Sky, una mucho más cruel que la anterior. No había vuelta atrás. Si el destino quería que estuviera sola, lo estaría.
Ya no me quedaba nada ni nadie.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Un par de días después, mi padre me pilló en una de mis escapadas a la cocina a por algo de comer. Había estado evitando a toda costa el contacto directo con Nathalie, con Felicity y con él. No estaba de humor para fingir que todo estaba perfecto, no podía jugar a la familia feliz cuando me sentía tan mal por dentro. Era como si me hubiesen arrancado una parte de mi corazón, la hubiesen pisoteado y hecho añicos.
—A ti te estaba buscando —dijo con un tono duro.
Dejé el sándwich insípido a medio comer en la encimera. Resoplé.
—No estoy de humor.
Cerró la puerta. Ahora no tenía ni una sola vía de escape y, lo quisiera o no, debía enfrentarme a Samuel Sephard. Me clavó los ojos, de la misma tonalidad azul, en mí, una vena palpitándole en la frente.
—No me gusta cómo te estás comportando. ¿Se puede saber que narices te pasa? Ya es hora de que madures de una maldita vez, niña consentida. Deja de actuar como una cría pequeña para llamar la atención, porque no va a funcionar.
Apreté los puños con tanta fuerza que me clavé las uñas en la propia carne, pero no dije nada. Lo dejé continuar, dejé que me gritara.
—¡Aterriza de una puta vez! ¡Esto es la vida real! ¿Cuánto tiempo más crees que vas a estar en esta burbuja de comodidad?
Parpadeé en un intento por alejar las lágrimas que pugnaban por salir. No quería que él me viera llorar, que notara el efecto que sus palabras punzantes tenían sobre mí, como cuchillas clavadas en la piel.
—No estoy de humor —repetí, retadora. Tenía un gran nudo en la garganta y estaba luchando con todas mis fuerzas por que no se me notara en la voz.
—Eres incorregible. No me extraña que tu madre se largara de casa. Jamás estarás a la altura.
Todas las emociones negativas que guardaba en mi interior bajo siete llaves salieron en una gran ola arrasadora.
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Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)
Teen Fiction¿Alguna vez te has preguntado por qué la antagonista de los libros es tan mala? Todo el mundo conoce a Sky. Rica, guapa y terriblemente malvada. Siempre consigue lo que quiere, cueste lo que cueste, aunque con ello lastime a otras personas. Adam es...