Capítulo 21

970 98 36
                                    

Sky

«Llamada entrante: Bethany

Sollocé en el silencio del aula vacía en la que me había escondido. Me había refugiado tras la primera puerta que había encontrado abierta y me había dejado caer en el suelo, con las rodillas encogidas junto al pecho y las manos enterradas en la cabeza, la falda del vestido desparramada por las baldosas frías como el ala de una mariposa.

No, no podía estar pasando.

¿Por qué cuando todo iba tan bien de repente pasaba algo y mandaba a la mierda el buen rollo? Me lo estaba pasando en grande con mis amigos y Adam me había hecho sentir la chica más especial del baile. Incluso lo habría besado de no habernos interrumpido esa estúpida llamada.

El teléfono volvió a vibrar. Era ella de nuevo. Me sequé las lágrimas de las mejillas con rabia. Solo me llamaba cuando le salía del coño. ¿Por qué narices lo estaba haciendo justo cuando estaba en mi mejor momento?

¡Qué asco de vida!

Con un gruñido exasperado, contesté.

—¿Qué quieres?

—Yo también me alegro de escucharte, Sky.

Solté una maldición por lo bajo.

—¡Te he dicho un millón de veces que no me llames! —ladré con furia.

—Soy tu madre y pienso contactar contigo cuando quiera.

—Que me hayas parido no significa que sea tu hija. La sangre no hace la familia.

—Hoy estás de muy buen humor, gordi.

Chasqueé la lengua. Odiaba ese estúpido mote con todo mi ser.

—¿Qué quieres? —repetí perdiendo la poca paciencia que me quedaba. Escuché un grito infantil al otro lado de la línea y un fuerte «¡Mamá!». Me desinflé—. No vuelvas a llamarme.

—Espera...

No le di tiempo a que me pusiera cualquier excusa. Estaba cansada de ella, de ser su segundo plato. Colgué antes de que lo lamentara. Ella solo me llamaba cuando le convenía. Nunca pensaba en mí ni en cómo me sentía, lo vacía que me quedaba después.

Hecha añicos, como una muñeca rota que ya no sirve para nada.

Unos pasos en el pasillo me pusieron en alerta. Con rapidez, volví a secarme las lágrimas. Odiaba que ella me volviera tan vulnerable, que todavía me afectara lo ocurrido; y mucho más que los demás vieran la influencia que aún Bethany tenía en mí.

No quería seguir sufriendo.

La puerta se abrió justo cuando me ponía en pie, cabreada con todo.

—Sky, ¿estás bien?

Me llevé las manos a la cabeza y tiré fuerte de las hebras. Tenía la respiración mucho más agitada de lo normal, las pulsaciones el triple de revolucionadas. No podía... no podía...

Adam dio un par de pasos hacia delante. Se inclinó lentamente, como si temiera que fuera a escaparme de un momento a otro.

—¿Qué te pasa, luciérnaga?

Lo miré, y ya no lo pude soportar más. No pude contenerme. Con un movimiento rápido me acerqué a él y me refugié entre sus brazos.

—Por favor, no me sueltes. Te ruego que no me dejes.

Sus manos me rodearon la cintura. El latido constante de su corazón y el aroma de su fragancia masculina me transportaron a un lugar seguro, donde la tristeza no tenía lugar. Sollocé muy segura en mi nuevo escondite favorito.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora