✮ Sky ✮
Las siguientes semanas las viví en una nube. Todas las mañanas Adam se molestaba en mandarme un mensaje con una frase positiva, siempre diferente. Además de que tuvimos más encuentros a escondidas.
Todo parecía ir bien, mi vida estaba yendo a mejor. Me sentía mucho más feliz e incluso me mostraba más abierta en casa.
Adam me estaba cambiando.
Estuvieron a punto de pillarnos en dos ocasiones. Una de ellas fue un viernes. Tras salir de un aula vacía tras una sesión intensa de besos y manoseo, me encontré con Felicity a tan solo unos metros de mí. Me preguntó qué estaba haciendo y por qué me veía tan apurada. Solo recuerdo que fui muy capulla con ella para esquivar sus preguntas inquisitivas.
La segunda vez fue una tarde que mi hermanastra lo invitó a casa. Digamos que en un momento de despiste, estuvimos a punto de besarnos en la cocina y que si no hubiese sido porque a Nathalie se le cayeron las llaves al suelo en el pasillo, nos habría pillado con las manos en la masa.
Creía que lo tenía todo bajo control.
O casi.
Esa mañana de domingo Adam estaba en casa. Felicity y él se habían adueñado del sofá y hacían las tareas de clase. Mientras, yo estaba encerrada en mi cuarto. Me daba tanto miedo salir por el simple hecho de no poder controlarme que no me atrevía siquiera a ir al baño, y eso que estábamos en plantas distintas.
—Esto es ridículo —susurré frente al espejo en cuanto me di cuenta de lo idiota que parecía—. Solo es un chico. Estás saliendo con él y nadie más lo sabe, pero ¿qué más da? Sal ahí fuera si quieres. No hay nada que no puedas hacer.
Se me escapó una carcajada al darme cuenta que lo último que había dicho era algo que Adam siempre me repetía. Él se había adueñado de todo sin quererlo, de cada pedacito de mí.
Con esas palabras en mente, abrí la puerta y bajé las escaleras. Los encontré a los dos muy cerca el uno del otro. Ella se reía por algo que el chico le había dicho o por los ojos bizcos que había puesto. Era tan mono.
Muy en el fondo me gustaba que Adam y Felicity se llevaran tan bien. Él era para ella lo que Kyle era para mí. Nunca había habido sentimientos más allá de una fuerte amistad. Solo eran amigos de la infancia y, por lo que veía, Felicity estaba muy enamorada del imbécil de Aaron.
Peor para ella. Adam le daba mil vueltas.
Los dos me lanzaron una miradita larga, pero no les hice ni caso. O más bien lo intenté. Cuando se trataba de Adam, mis neuronas decidían montar su propia fiesta. Me quedé unos segundos anclada en el suelo con el corazón desbocado, la mente en blanco y todo mi sistema nervioso revolucionado. Sin quererlo, los ojos se me fueron a sus labios, un cosquilleo me recorrió el cuerpo entero al recordar cómo me había vuelto loca con esa boquita que tenía.
Felicity se aclaró la garganta.
—¿Quieres algo o vas a permanecer ahí parada todo el rato?
Esbocé la sonrisa más falsa de toda la historia.
—Ay, Lizzie, y yo que quería hacer las paces contigo —me jacté con un tono de voz demasiado empalagoso.
Resopló.
—Si solo vas a molestarnos, vete. Nadie te quiere aquí.
Estuve a punto de reírme en su cara.
Hermanita, qué poco sabes, quise gritarle.
En su lugar, caminé con un contoneo muy bien estudiado hacia la cocina, los ojos de Adam puestos en mi cuerpo. Sonreí, victoriosa.
No tardó ni cinco minutos en seguirme. Me acorraló contra la encimera.
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Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)
Teen Fiction¿Alguna vez te has preguntado por qué la antagonista de los libros es tan mala? Todo el mundo conoce a Sky. Rica, guapa y terriblemente malvada. Siempre consigue lo que quiere, cueste lo que cueste, aunque con ello lastime a otras personas. Adam es...