Epílogo

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Un tiempo después

Sky

No había tenido el valor de ir a verle hasta pasadas unas semanas después de mi completa transformación. Necesitaba acomodar las ideas antes despedirme de él.

Pero una mañana de principios de verano sentí la necesidad de reencontrarme con mi mejor amigo. Por eso no dudé en llamar a Adam para pedirle que me acompañara. Necesitaba tenerlo a mi lado en un momento tan duro como ese, saber que estaba ahí.

El cielo se había nublado, aunque el calor era ya notorio, casi asfixiante. Avanzamos por el caminito de cemento del cementerio. Mis abuelos paternos estaban enterrados allí también. Observé cada lápida con tristeza hasta llegar a una muy sencilla y recatada. En ella se leía su nombre junto a su fecha de nacimiento y de defunción. La frase que había tallada en ella me sacó una lágrima. Decía: «El mejor hijo, hermano y amigo del mundo. Nunca te olvidaremos».

No, yo jamás podría hacerlo. Él era una parte fundamental de mí.

Adam me rodeó por la espalda, sus dedos enlazados con los míos a la altura del vientre. Permanecí en silencio unos minutos, simplemente con la vista clavada en la foto de él. Se la había sacado yo semanas antes de que todo mi mundo se pusiera patas arriba. En ella se le veía muy feliz y saber que lo fue aligeró el nudo que había empezado a formárseme en la boca del estómago.

Me aclaré la garganta.

—Yo... no sé por dónde empezar —hablé mientras toqueteaba el collar con su inicial que tenía colgado al cuello—. Quizás por el principio. Cuando te conocí, pensaba que solo eras un niño tonto. ¿Te acuerdas de cómo me hacías rabiar en la guardería? Ya en ese entonces eras todo un grano en el culo y, por desgracia, no pude librarme de ti.

«Fuiste mi mejor amigo desde el día en que la señora Maisy nos puso juntos en clase, cuando vi que no eras tan malo después de todo. No sabes la de recuerdos bonitos que atesoro en mi interior, como, por ejemplo, la vez en la que mis padres se negaron a llevarme al museo de ciencias y tu madre nos llevó. O cuando me diste mi primer beso solo porque te dije que quería dárselo a alguien especial.

Hipé. Me limpié la cara con el dorso de la mano.

—Te quiero, Kyle. Eres la persona más especial que he tenido el honor de conocer. Fuiste el primero con el que fui yo misma y eso no se me va a olvidar nunca. Gracias por aceptar a Adam cuando se nos unió, por ayudarme a sentir, por empujarme a sus brazos.

«Ahora entiendo muchas cosas. No fuiste a la excursión porque hubiera surgido un problema familiar; fuiste tú, ¿verdad? Tuviste una crisis y por eso no pudiste venir. La reserva la cambiaste a última hora porque sabías que necesitaba que me dieran alas para poder volar por mí misma.

«Fuiste el primero que creyó en mí, en que podría hacer grandes cosas. Escuchabas todo lo que te decía en mi época más nerd y te importaba lo que a mí me importaba. Me consolabas cada vez que discutía con mi padre y fuiste un gran soporte cuando mi madre se fue. No sé qué habría sido de mí sin ti.

Tomé una profunda bocanada de aire. Adam me apretó más contra sí.

—Él estaría orgulloso de verte brillar —me susurró.

—Lo sé. Kyle siempre supo que tarde o temprano ocurriría. Decía que no entendía cómo un ser de luz como yo había acabado en ese basurero.

—Tu barrio no es ningún basurero.

Hice una mueca.

—Es de los más pobres de la ciudad. La gran mayoría de los adultos tienen trabajos precarios.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora