Capítulo 37

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Sky

La guitarra es un instrumento muy fácil.

Adam iba a perder, lo supe cuando no necesité más de cinco horas en YouTube para manejar los acordes básicos. Para el reto Adam me había prestado una de sus viejas guitarras, que no había soltado desde que me lo había dado. Rasgaba las cuerdas mientras seguía los pasos e incluso, para ser aún más cabrona, le envié un vídeo a mi chico solo para meterle miedo.

«¿Estás segura de que no sabías tocarla?», me escribió él esa misma tarde. Sonreí a la pantalla. Ya podía saborear la victoria. Si algo me gustaba de verdad era ganar y si el trofeo venía en forma de Adam, mucho mejor.

«Ya te he dicho que soy muy mañosa. No hay nada que no pueda hacer 🤭.»

«Puedes hacer de todo menos esquivar un balón en Educación Física. Menudo balonazo te has comido esta mañana 🤣.»

« Idiota 🙄.»

«Ya sabes que te quiero tal cual eres, por muy torpe que seas 😘.»

«Te odio.»

Dejé el móvil a un lado para volver a centrarme en la música. Debía aprender a tocar una canción en menos de dos meses si quería demostrarle que Sky nunca se andaba con tonterías.

Al mediodía, llamaron a la puerta de mi habitación. Nathalie se asomó con cautela. Durante esos últimos días, mi relación con Felicity y ella había mejorado poco a poco. Ya no me encerraba tanto en mí misma e incluso las había sorprendido con conversaciones civilizadas y alguna que otra muestra de afecto. Aun así, entendía que siguiera siendo prudente.

—¿Puedo pasar?

Dejé la guitarra a un lado.

—Claro.

La mujer se quedó a unos pasos de la cama, donde yo estaba semi recostada. Aún tenía el portátil abierto en un vídeo de YouTube pausado sobre la colcha blanca. En los últimos meses había cambiado parte de la decoración de mi pequeño santuario: había pegado en las paredes un par de mapas que un ilustrador que me encantaba había hecho sobre el universo de la saga Habitantes del aire, de Holly Black, y una cascada de luces para que por la noche parecieran una lluvia de estrellas. Sobre mi escritorio había una fotografía en la que aparecíamos Adam y yo. Nos la había hecho Kyle el día del Baile de Primavera. Ambos estábamos embadurnados de pintura, una sonrisa franca en la boca. Yo miraba a la cámara, pero él me estaba mirando a mí con un amor tan puro que se volvió mi fotografía favorita por excelencia.

Nathalie esbozó una sonrisita al verla, más al fijarse qué estaba tramando.

—Así que estás aprendiendo a tocar la guitarra, ¿eh?

Vale, el tonito de voz que utilizó no me gustó nada de nada.

Me encogí de hombros.

—Sí, es un instrumento muy interesante.

—No será para impresionar a cierto chico, ¿verdad?

Agarré el cojín en el que estaba apoyada y se lo tiré, totalmente avergonzada.

—¡Nath, no seas tan mala conmigo! —chillé al mismo tiempo que me tapaba el rostro con las manos.

Se sentó sobre el colchón. Semanas atrás me habría levantado y habría puesto la mayor distancia posible entre nosotras. Ahora, en cambio, ya estaba cansada de las peleas. Quería vivir mi vida tranquila, que por fin me vieran.

Con los dedos jugueteó con un mechón de mi pelo con aire distraído. Sin quererlo, esa caricia me transportó a una época que quería olvidar, una manchada por los gritos de mi madre. Su voz llena de dulzura me sacó de los malos recuerdos.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora