Capítulo 7

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Sky

El silencio se había vuelto asfixiante, tan tenso que casi podría haberlo cortado con un cuchillo. No hablamos de nada, no hasta que vi la fachada del edificio en el que vivía, una vivienda unifamiliar de dos plantas con un jardín inmaculado y un acceso de gravilla precioso, igualito al resto del vecindario.

Me volví hacia él.

—Gracias por traerme. No tenías que haberte molestado.

Adam le restó importancia con un gesto de la mano.

—Vivimos justo enfrente. No es como si me hubiese tenido que desviar media hora por un bosque lleno de asesinos en serie.

Esbocé una sonrisa tímida que intenté ocultar bajo las capas de ropa que llevaba, pero, por cómo relucieron sus ojos, supe que la táctica de distracción no había funcionado. Me cogió una de las manos, se la llevó a los labios y depositó en ella un beso que me alteró por completo. Un enjambre de mariposas revoloteó en mi interior y me sentí una completa niñita tonta a su lado. De haber estado en otro lugar y en otras circunstancias, le habría pedido que entrara, que me besara y que me hiciera gritar de placer.

¡Él no es para ti!, me recordé.

Me quité el cinturón de seguridad sin saber qué hacer con las manos. El corazón me latía a mil por hora, las mejillas ardientes.

—¡Nos vemos mañana! —exclamé abriendo la puerta lo más rápido que pude. Lo último que escuché de él fue:

—Hasta mañana, Sky. Me ha gustado haberme encontrado contigo hoy. Que tengas una buena noche.

❦ ❦ ❦ ❦ ❦

Llegar a casa después de una tarde tan fantástica siempre era deprimente. Nada más entrar, me recorrió un escalofrío. No me gustaba estar ahí, no cuando mi padre me trataba igual que a un extraño, cuando me sentía tan fuera de lugar. Era irónico que justo a mí, que me conformaba con mi vida anterior en un apartamento del tamaño de una caja de zapatos, me hubiera cambiado tanto la vida en poco más de dos años.

Miré la monstruosamente grande sala de estar, con sus sofás y su rincón de lectura junto a la chimenea. Había cuadros abstractos colgados de las paredes y unos muebles de colores tierra. Pese a lo cálido y familiar que era todo —con sus fotografías de Felicity y Nathalie, mi padre e incluso una de los cuatro en la que me obligaron posar unas semanas después de mudarnos—, no podía dejar de sentirme tan fría cuando llegaba. El único lugar seguro de allí era mi cuarto, y era porque no dejaba que nadie entrara sin mi permiso.

Era mi pequeño remanso de paz, donde podía bajar el escudo y ser otra Sky.

Iba a ejecutar mi plan perfecto de huida hacia allí cuando la voz de Felicity me sobresaltó:

—¿Se puede saber qué hacíais Adam y tú juntos?

Como estaba tan ensimismada, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba sentada en uno de los sofás, con las piernas estiradas y un libro que estaba en mi lista de pendientes en las manos. A pesar de lo mucho que insistiera en llevarme mal con ella, muy en el fondo sabía que Felicity y yo podríamos llevarnos muy bien si la dejara entrar en mi vida.

Estás rota. Nadie nunca va a quererte.

Alejé esos pensamientos con un suspiro.

—Solo me ha acompañado a casa.

Dejó el libro a un lado para cruzarse de brazos, enarcando una ceja al mismo tiempo.

—¿Y? ¿Qué hacíais juntos? No sois amigos.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora