Capítulo 3

1.4K 126 32
                                    

Sky

Volver me llenaba de recuerdos.

Las calles estaban encharcadas cuando bajé del autobús. Las casas se veían desgastadas por el tiempo, con varios grafitis descascarillados en las fachadas. Las personas caminaban apresuradas sin mirarse las unas a las otras, con prisa, cada una sumida en sus propios pensamientos. Todo seguía igual que cuando era una niña: los pequeños comercios, los parques olvidados, las fábricas abandonadas..., todo salvo yo. Ya no era la misma Sky, mi vida había cambiado.

Me tapé con la capucha de la chaqueta y abrí el paraguas para no empaparme. Diluviaba, las gotas caían sin dar una tregua. Me disculpé cuando choqué sin querer contra una mujer que se había parado en medio de la calzada.

Miré la hora en la pantalla del móvil: debía darme prisa si quería llegar a tiempo.

Como era costumbre, me paré en el edificio de apartamentos viejos que había a unos minutos de la parada. Vi a un par de familias nuevas salir del portal, la valla de hierro oxidada, las ventanas sin aislamiento y manchas de moho por doquier.

En seguida los recuerdos me asaltaron: mi yo infantil volviendo de la escuela tras haber conseguido la nota más alta de la clase, los gritos de mis padres por cualquier cosa, las miradas de reproches de mi padre...

Borré una lágrima solitaria que empezó a descender por mi mejilla y me puse en marcha hacia el centro infantil y juvenil en el que era voluntaria. Había acudido allí cuando era pequeña y ahora era mi pequeño refugio. Me encantaba organizar actividades y motivar a los críos a que dieran lo máximo de sí mismos; incluso daba clases particulares a los que más lo necesitaban solo porque me encantaba sacar el máximo potencial de cada niño.

Llegué justo a la hora. En cuanto entré en la anticuada construcción de una sola planta, una oleada de calor provocó que soltara una exhalación placentera. Pese a la pintura apagada de las paredes y a la falta de recursos, el centro había conseguido subsistir durante todos aquellos años milagrosamente. Un estremecimiento que se apoderó de mí por el frío porque apenas podían poner la calefacción, pero por dentro sentí una gran ola de calidez. Observé las fotografías que había colgadas, a una mini Sky sonriente ante todo, tan diferente a la versión de esa misma mañana. Solo de pensar en las miraditas suficientes de los demás, me recorría un escalofrío por todo el cuerpo.

Lily me sonrió nada más verme, sentada tras el mostrador de la secretaría que había justo en la entrada.

—Menudo día de perros hace, Sky —me saludó Lily.

Suspiré mientras observaba la tormenta desatada en el exterior. Me había tocado la peor parte, con el viento implacable en mi contra. Ni yo sé cómo no había acabado calada.

—Ya te digo. Necesito con urgencia una taza de café hirviendo para volver a entrar en calor.

—Estás en tu casa. Los chavales todavía no han llegado, tienes tiempo de servirte una si quieres.

Tenía razón, pero aun así había más de uno que solía llegar antes de tiempo. Aquel era uno de los barrios olvidados de la gran ciudad. Las familias apenas tenían recursos para llegar a fin de mes y, por eso, uno de los grandes proyectos que hizo el Ayuntamiento fue crear ese centro, para que los padres trabajadores pudieran dejar a sus hijos en un lugar seguro mientras ellos se encargaban de traer dinero a casa.

—Te veo en un rato —me despedí.

—Que te sea leve con esos demonios... digo angelitos.

Solté una carcajada.

Fui a la sala de los monitores, al fondo del pasillo en forma de L, me preparé un café bien cargado y, mientras tanto, dejé la cazadora afelpada de color rosa en el perchero y el bolso a juego en mi taquilla personalizada con una S enorme rodeada de muchos brillos a modo de estrellas. Después, fui al aula que me habían asignado, donde Kyle, mi mejor amigo de la infancia y compañero del centro, ya me estaba esperando, dibujando en su cuaderno.

Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora