✮ Sky ✮
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Podemos irnos a casa si quieres.
Cuadré los hombros. No era ni la primera ni la segunda vez que me lo preguntaban.
—Tengo que hacerlo. Yo... no puedo comportarme como una inmadura por más tiempo. Ellas no se lo merecen.
Felicity y Adam miraron la calzada vieja. La fachada estaba anticuada y llena de moho, la escalera de incendios había vivido días mejores y había alguna que otra ventana rota. Parecía que habían pasado años desde la última vez que había estado allí, con un Kyle feliz.
En otra época, una pequeña Sky correteaba por la escalera de incendios e iba de su casa a la de su mejor amigo, un par de pisos por debajo. Recuerdo las veces que salía por la ventana de la cocina para meterme en el salón de Kyle, cuando me sentía tan asfixiada que no podía respirar. Lejos se habían quedado esos días en los que buscaba su constante compañía.
Ojalá pudiera darle aunque fuera un último abrazo.
Era hora de superar ese bache. Su madre y su hermana no tenían la culpa de nada y, además, me sentía muy apegada a ellas. Me importaba mucho cómo estuvieran ahora que ya no contaban con el sueldo de Kyle, ver si necesitaban ayuda y si podía ayudarlas en algo, porque también eran parte de mi familia.
Por eso, aspiré una gran bocanada de aire, alcé el mentón y tomé la iniciativa. Caminé con ellos dos a mis espaldas. Necesitaba ver que estaban bien. Kyle no querría que lo pasaran mal. Se lo debía a mi mejor amigo, por estar ahí en mis peores momentos, por ser mi bote salvavidas en las peores tormentas.
Antes de llamar al portero, me toqueteé el collar que Adam me había regalado esa misma tarde, un infinito con un corazón colgando, la letra K grabada en él. Era el mejor obsequio que me habían hecho.
—Vamos, luciérnaga, puedes hacerlo —me instó él, porque siempre estaría ahí, pasara lo que pasara. A pesar de todos los golpes que me diera la vida, Adam me ayudaría a superarlos, a no volver a aislarme.
Porque ya no estaba sola. Tenía a Felicity y a Nathalie. Y, por supuesto, lo tenía a él.
Llamé al portero automático. Los segundos que tuve que esperar antes de que la mujer que casi me había criado hablara se me hicieron eternos, pero, al escuchar su voz, sentí que una parte en mi interior se calmaba.
—¿Quién es?
Carraspeé.
—Soy yo, Sky.
Hubo unos segundos de silencio. Juro que mis acompañantes podían escuchar el latido alterado de mi corazón, el pulso acelerado. Me mordisqueé el labio inferior y crucé los brazos para que no vieran cómo me temblaban las manos.
Cuando la señora Gardner volvió a hablar, me sentí tan aliviada que podría haberme puesto a llorar.
—¡Dios, niña! ¿En serio eres tú? Pasa, cariño.
Me abrió la puerta y, seguida de mis amigos, subí hasta la tercera planta. El edificio era tan antiguo que no tenía ascensor. La pintura de las paredes estaba descascarillada y la moqueta estaba llena de humedades. El espejo del portal estaba hecho añicos y el pasamanos había visto años mejores. Estaba todo tal y como lo recordaba.
La puerta entreabierta del tercero A nos dio la bienvenida cuando llegamos al rellano, la voz chillona de Sarah llena de emoción me provocó una sensación cálida y dulce en el pecho. Cuánto extrañaba a esa princesita, cuánto lamentaba que su héroe ya no pudiera defenderla.
Nada más entrar, la madre de Kyle me envolvió entre sus brazos y ahí, dejé que la tristeza se adueñara de mí. Me apreté contra sus brazos y lloré en silencio por la pérdida de un amigo. Me habría encantado que todo hubiese sido una broma de mal gusto.
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Más de mil razones para odiarte (Más de mil razones I)
Teen Fiction¿Alguna vez te has preguntado por qué la antagonista de los libros es tan mala? Todo el mundo conoce a Sky. Rica, guapa y terriblemente malvada. Siempre consigue lo que quiere, cueste lo que cueste, aunque con ello lastime a otras personas. Adam es...