(7) Repercusión

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Repercusión.

Valeria.

Llego al ascensor y aprieto PB para bajar. Suelto un suspiro viendo hacia abajo para tratar de relajarme. ¿Quién era ese chico? ¿Cómo sabía mi nombre?.

Pero las cosas se ponen en otro orden, pues me doy cuenta de que estaba a punto de hacer una estupidez al quitarme la vida, y fue él quien me salvó.

De pronto, el cómo supo esas cosas sobre mí no importa tanto, porque me salvó la vida.

Escucho el ascensor cerrarse, e inmediatamente a alguien pidiendo que lo detengan. Subo la cabeza inmediatamente porque…

No puede ser. Es el chico del techo. Está caminando hacia el ascensor y me mira con súplica, pidiendo que pare el ascensor.

Pero espera, debo de estar loca o el usa Velocidad-X, porque lleva ropa totalmente distinta. Ahora lleva ropa normal, como si hubiera salido a comer hamburguesas. Es imposible que se haya cambiado de ropa tan rápido.

Y del impacto de pensar en todo eso, no detengo el ascensor, y se cierra frente a mí, con el pelinegro a dos pasos de entrar.

Mi corazón se vuelca por un segundo. Estuve frente a frente con la persona que me salvó, y ni siquiera pude detener el ascensor para el. Genial, un perfecto final para el intento fallido de suicidio, y un gran comienzo para el primer día del resto de mi vida.

El camino a casa se me hace eterno. No sé en qué carajo pensaba al salir descalza, los pies me están matando.

«Lo hiciste porque se supone que no volverías, pendeja».

Odio cuando mi consciencia tiene razón.

Me paro frente a mi casa, y me repito los casos posibles, las cosas que Frank y Alicia podrían decirme, las formas en que podrían castigarme.

Podrían prohibirme salir.

«Nunca vas a ningún sitio que no sea el colegio, idiota».

Podrían prohibirme el celular.

«Solo lo usas para llamar a Georgina».

Podrían quitarme la mesada.

«Tienes miles de euros guardados. Te dan mucho dinero al mes, y no gastas nada. Puedes sobrevivir con lo que tienes».

Podrían quitarme la guitarra.

«Mierda, eso sí está grave. Ahora sí la cagaste, perra».

Maldita sea, mi consciencia tiene razón.

Sin más que pensar, y esperando lo peor, cruzo el jardín y entro a la casa. Llego al final del pasillo y veo en la sala a Alicia sentada en el sofá, con una taza en las manos, y a Frank hablando por teléfono.

—Hola —con voz entrecortada, es lo único que me sale. Ambos levantan la vista bruscamente y me ven con innegable asombro.

—Frank, ¿tú también la ves? —dice Alicia sin quitarme el ojo de encima.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora