(17) Peregrinación (I)

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Georgina.

«Joder, concéntrate, que lo haces por tu bien. De todos modos, no tenías futuro con ella, así que enfócate en seguir adelante».

Pero por más que me lo repito, no logro hacerlo realidad. Y verdaderamente es muy pronto como para olvidarme de Valeria, nuestra conversación en el parque de los enamorados fue la semana pasada.

La llevé a su casa y le prometí que podía contar conmigo para lo que fuera, incluso en las locuras más grandes que se le viniesen a la mente. Ella asintió y me agradeció el aventón, para luego entrar a su casa.

Pero lo que me preocupa es lo que me dijo en el puente, luego de arrojar el candado. Quiere encontrar a quien mató a sus padres. Es una idea bastante loca, teniendo en cuenta que ni siquiera la policía lo encontró, no identificó nunca el auto que los chocó, y ningún testigo supo decir algo útil, solo fútiles declaraciones contradictorias, propias de personas que van concentradas en sus vidas y no en la de los demás (no que eso sea malo, pero esta vez afectó la investigación ya que nadie veía los autos de la carretera ni a las personas a su alrededor).

—¿Georgina, me escuchas? —sacudo mi cabeza para despejar mi mente. Juan me mira con curiosidad, y luego pasa a darme una sonrisa—. ¿De nuevo pensando en las nubes?

—Más o menos —no es del todo mentira.

—Y asumo que no escuchaste mi pregunta —dice bajando la cabeza, aún sonriente.

—No, lo lamento. Repítemela.

—¿Qué hiciste hoy? —parece hacer un gran esfuerzo para contener la risa. No lo culpo, hasta Valeria se queja a veces de que no presto mucha atención.

—Ah... pues nada. Terminé mi tarea de química y me puse a ver videos graciosos. ¿Qué hay de ti?

—El presidente de la facultad chocó su auto contra un estudiante por accidente.

—Verga, ¿está bien?

—Claro que sí, es un Rolls Royce.

—Me refiero al estudiante, Juan Andrés Beret.

—Ah, pues sí. Solo se fracturó la pierna. Lo llevaron al hospital y me tocó atenderlo —disfruto ver a Juan hablando sobre lo que hace en el hospital. Es estudiante de medicina, y va bastante avanzado, le llegan casos realmente locos. Por cierto, Juan tiene 25 años. Sí, sé que es mayor para mí, pero me cae bien y cualquier cosa es mejor que seguir ilusionada con Valeria.

—El Boinas en acción.

—Y dale con el apodo.

—Pues no uses boinas cuando no hace frío ni nada. Además, tus amigos ya te llaman así, ¿no?

—Pero por mi apellido, tú lo haces por ganas de joder —se lleva otra cucharada de pastel de leche a la boca—. Por cierto, ¿y tu amiga Valeria? Esa chica que vimos en la feria —puta madre, Boinas, ¿es que te habías quedado sin temas de conversación?

—Pues nada, está en su casa, creo.

—Perdón por decir esto, pero me pareció un poco rara, como si estuviera ocultando algo o a alguien.

—No, tranquilo, ella es así —digo riendo—. Por lo general es distante, y cuando está en público es un poco agresiva. Pero cuando la conoces ves que no es mala persona, solo le han pasado cosas malas.

—Ya, prefiero no preguntar y que me lo digas cuando te sientas lista.

El Boinas es bastante caballeroso cuando se lo propone. Me abre la puerta cada vez que llegamos a un lugar, mensaje de buenos días y buenas noches, nunca usa vocabulario fuerte ni estrafalario...

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora