(32) Enajenación

1 1 0
                                    

Georgina.

La policía tardó en encontrar el lugar, pero estamos metidos de lleno en esto. Le dije a Valeria que se fuera, y Juan fue tras ella luego de noquearme. Probablemente se estuviera divirtiendo con ella, pero pasó hace treinta y seis horas y no he sabido nada de ninguno de los dos. Sí, tuve que contarle todo lo ocurrido a la policía en cuanto llegaron, y me sentí como una estúpida al enamorarme de Juan, pero esa conversación sirvió para darme cuenta de eso.

Mientras despertaba, podía oír los disparos en el jardín alejarse hasta perderse, amortiguados por la distancia y el efímero efecto que tiene un sonido tan corto como un disparo de bala. Me puse en pie como pude, aún temblando y con la boca sangrando luego del golpe que Juan me dio. Me di cuenta que mi futuro y el de Valeria estaba nada más y nada menos que en mis manos.

Sabía en dónde Juan guardaba el teléfono de emergencia, una línea directa con la comisaría del pueblo más cercano, más no la había usado porque me sentía cómoda siendo su concubina. No lo pensé dos veces para usarla luego de su ataque. La policía también tomó mis datos por teléfono para avisar a nuestras familias, por lo que ahora, en pleno bosque, bajo la luna llena, estamos todos buscando a Valeria.

La policía fue clara: si no han aparecido, lo más probable es que uno haya matado al otro y este esté ocupado escondiendo el cadáver o se perdió volviendo a la casa, pero aún más probable es que ambos estén muertos. Mi familia y la de Valeria se está esforzando por concentrarse en lo positivo (no creemos que Valeria esté muerta), pero hemos de admitir que es bastante probable. Además, tengo entendido que luego de tres días lo legal es darlos por muertos.

Cada quien tiene una linterna y grita los nombres de Valeria y Juan (bueno, solo la policía busca a Juan, nosotros estamos concentrados en Valeria), e incluso la policía trajo perros entrenados.

La capa de nieve es densa, y alguien de la policía afirmó que cabía la posibilidad de que si empezaba a caer nieve se cubrirían las huellas, lo que nos dejaría en plena confianza de los perros. Estos se están guiando por una camisa de Juan que les di, y una camisa vieja de Valeria que había en nuestro cuarto (aparentemente se puso ropa mía antes de irse).

Mi garganta empieza a arder, cada vez más desesperada por encontrarla, o encontrar aunque sea un rastro, algo que nos lleve a ella. Frank y Alicia están a mi derecha, gritando el nombre de su sobrina con más fuerzas que yo, y también puedo distinguir las voces de mis padres y de Cristina, que había ido a Valencia por navidad y no lo pensó dos veces para venir a ayudarme.

Justo cuando pienso que está todo perdido, me tropiezo con algo, y tras alumbrar con la linterna descubro que es una raíz suelta, y cerca de ahí una bota de nieve que reconozco: es mía.

—¡Detective! —llamo para que venga rápido, y le enseño la bota.

—Tyrone —llama a su perro, quien se sienta. Le da a oler la bota y luego grita—: ¡búscalo!

Y no pasa mucho tiempo antes que Tyrone ladre, y la atención de todos nosotros cae en el can. Corremos a su ubicación iluminando con las linternas, y entonces mi cuerpo se congela del susto: ante nosotros hay un charco de sangre, y alguien de quien salió la sangre.

El detective usa su radio para llamar a los demás, mientras que yo me acerco más al cadáver, temblando. De tanta sangre que hay, parecería que Valeria derramó toda su sangre por horas antes de morir. La pérdida nubla mi mente, y mis ojos se llenan de lágrimas al mismo tiempo que caigo de rodillas en el charco de sangre.

Ya no hay nada, ya no hay nieve, ya no hay sangre, no hay amor ni esperanza; ya no tengo a Valeria. Solamente existo yo, acompañada del cadáver de mi mejor amiga, y los ladridos del perro.

Y entonces mi mente se da cuenta del detalle. Fue como cuando enciendes una luz en un cuarto oscuro, y de repente puedes ver todo con absoluta claridad, más hay veces en que la luz golpea un objeto reflectante y te golpea. Así se sintió: como un golpe, pero uno de los golpes que te dan para despertarte en la mañana, fuerte pero gentil, decidido pero pacífico.

Y en cierto modo, ese es el efecto que tiene Valeria en mí.

Abro los ojos y lo primero que hago es ver que el cadáver tiene las dos botas puestas. Apunto la linterna hacia donde debería estar su cara, y confirmo mis sospechas: el cadáver frente a mí no es el de Valeria, sino el de Juan.

Me levanto apresuradamente y sacudo mi cabeza para buscar una explicación, y sobre todo tratando de concentrarme en seguir buscando a Valeria. Escucho la voz de gente llegando, y al detective hablando con alguien.

Sigo la voz y con la linterna descubro al detective tratando de tranquilizar a alguien, a una mujer. Corro hacia ella al diferenciar su cabello rojo, y mis ojos anegados en lágrimas distinguen la figura de Valeria, tambaleándose y cubierta de sangre mientras balbuceaba sobre haberlo matado.

No lo pensé dos veces para abrazarla mientras le gritaba que me había preocupado por ella, que no importaba a quién hubiera matado, que ahora somos libres. Y entonces ahí, por extraño que sea, ella corresponde a mi abrazo, y susurra mi nombre.

—Georgina...

—Sí, soy yo, tranquila.

—Georgina... lo maté. Yo lo maté.

—Tranquila, calma, no importa. Él te hubiera matado, nadie te juzgará.

—Lo maté, Georgina —la oigo sollozar.

—No me importa, Valeria, por fin somos libres.

Es extraño decirlo en voz alta, y aún más cuando buscas tranquilizar a alguien, pero es la mera verdad: por fin somos libres.

Pronto llegan los tíos de Valeria y la abrazan aún más fuerte de lo que yo hace rato, y llego a pensar que la matarán, pero me tranquilizo repitiéndome que todo terminó. Mis rodillas flaquean por el cansancio, y solo me arrodillo en la nieve para descansar un rato.

—Supongo que se terminó —escucho a mi derecha, al mismo tiempo que siento una mano en mi hombro. Es una voz que reconozco, y un tacto que me es inolvidable.

—Se acabó, Cristina. Valeria y yo somos libres.

N/A: y terminó...

Por ahora.

Después de este punto viene el epílogo y luego la nota de agradecimiento, pero antes quería agradecerte por leer mi libro completo. No es mucha gente quien lo hace, capaz porque prefieren otras cosas o porque no soy tan bueno como creo, pero de todas formas, gracias por creer en mí y apoyar esta historia.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora