Diciembre

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Huir.

Solo eso es lo que tengo en mente ahora.

Frío.

Me golpea incesante la cara, el cuerpo, sobre todo los pies. La nieve se siente suave, pero con un frío descomunal.

Disparos.

Se escuchan detrás de mí, acompañados de los gritos de mi perseguidor. Me pide que vuelva, que no me hará daño, pero es obviamente falso.

Los disparos chocan en los árboles que esquivo por mera suerte, y cada vez la fatiga hace que sea más difícil hacerlo. ¿Cómo carajo llegué a esto? Todo por tratar de hacerme la heroína...

—¡No podrán esconderte para siempre! —escucho el grito—. ¡Conozco estos bosques como la palma de mi mano!

Sé que tiene razón, me lo dijo antes. Tantas veces que intenté escapar, y tantas otras veces que me atrapó... pero no pasará esta vez. No puede pasar esta vez.

Cuando la fatiga por fin me domina, me detengo para descansar. No sé cuánto tiempo pasa, tal vez unos segundos, tal vez minutos, pero el me alcanza. Puedo ver en su sonrisa el anhelo, la sed de sangre. Si me atrapa esta vez, no le bastará con golpearme, ni obligarme a ver cómo la golpea a ella.

Si me atrapa esta vez, me matará.

Se muerde los labios y suelta una pequeña risa antes de hablar.

—¿Cansada?

—¿Por qué me haces esto?

—¿No es obvio? No hay momento en el día en que me sienta más extasiado, que verte a ti tratando de huir, y ver tu cara de desilusión disfrazada de dureza al descubrir que no podrás, por un medio u otro. Ahora, que por fin saliste de la casa, estás tan cerca de la libertad... y yo estoy a cinco metros de cerrarte los ojos. Y de todos modos no podrás huir, este bosque es demasiado grande para ti.

—Por favor —no me queda de otra más que rogarle, porque sé que tiene razón. Nunca huiré de este bosque, pero el puede pasar días buscándome sin perderse—. Te lo suplico.

—¿Tú, suplicando? Esto sí que me sorprende. Bueno, me convenciste. Te daré diez segundos de ventaja. 1...

No hizo falta que empezase a contar, yo ya había vuelto a correr.

Creo que no terminó de contar, porque en menos de lo que esperé ya escuchaba sus pasos detrás de mí. El está tan lleno de energía, y yo demasiado agotada...

Sin darme cuenta siento su peso en mi espalda, y ambos caemos al suelo, el sobre mí. Busca tomarme de las muñecas para tener control sobre mí. No sé dónde habrá puesto su pistola. Yo lucho con todas mis fuerzas, pero para el es un chiste, ni siquiera parece esforzarse en mantenerme sometida.

Y entonces uso el arma de toda mujer asustada: pateo sus genitales.

Mientras se retuerce de dolor en el suelo, yo no pierdo tiempo y empiezo a correr de nuevo, y justo empiezan los disparos de nuevo, pasando a pocos metros de mí.

Estoy tan asustada, tan cansada, que no puedo seguir corriendo por mucho más tiempo. Ahora veo todo con claridad: va a atraparme, y me va a matar aquí mismo; tal vez me lleve a la casa y me torture hasta la muerte, pero el resultado será el mismo: mi cuerpo nunca será encontrado.

Cuando las piernas empiezan a fallarme, de pronto mi mundo literalmente se viene abajo. Me tropiezo con una raíz y caigo al suelo. Mi tobillo duele como mil demonios, tal vez me lo fracturé. Mis gritos no tardan en hacer que él llegue.

—¿Qué te pasó? —me pregunta, para nada preocupado.

—Por favor —no reprimo las ganas de llorar.

El no dice nada, solo pone manos a la obra. Me abre las piernas y se mete de rodillas entre ellas, acariciando mi cara con sus firmes manos que otrora me parecieran atractivas. Claramente lo hace para que yo no vuelva a darle un puntapié. Yo no tengo energía para pelear, si quiere matarme, o violarme antes de hacerlo, que lo haga.

Un chispazo de felicidad pasa por su rostro antes de llevar las manos a mi cuello y presionar con fuerza. Eso despierta mis fuerzas y empiezo a tratar de quitármelo de encima. Lo golpeo, los rasguño, pero nada funciona.

—Por favor —logro decir. El aire me falta, al igual que la fuerza.

—Dile a tus padres que el trabajo está terminado. Salúdalos de mi parte, y hazles saber que no me arrepiento de nada.

No me opondré, dejaré que él siga con su trabajo. Pierdo todas mis fuerzas, y dejo las manos caer sobre la nieve. Está fría.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora