(18) Peregrinación (II)

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Valeria.

No lo negaré: estoy nerviosa. No es la primera vez que vengo a esta terapia de grupo, pero es la primera en la que estoy decidida a seguir adelante. Ahora que Georgina y yo nos perdonamos, puedo perdonarme a mí misma y avanzar hacia el futuro.

Ahora puedo averiguar quién mató a mis padres.

Pero por los momentos debo concentrarme en sobrevivir a esta sesión. Rodrigo se sienta, luego los demás, y se produce un corto silencio que el mismo Rodrigo rompe.

—Bueno, ¿Cómo están? Espero que estén bien —sonríe como típicamente hace—. ¿Alguien quiere empezar?

—Yo —digo inmediatamente, porque si me ponía a pensarlo, encontraría mil razones para callar e irme a mi casa. Dudar, para mí, significa caer—. Yo quiero empezar.

—Bueno, está bien, empieza. Vamos, tú puedes, estamos en un círculo de confianza.

La sangre empieza a circular por mi cuerpo con mayor rapidez, mi corazón se acelera, empiezo a sudar...

No quiero hacer esto.

No, debo hacerlo, debo seguir con mi vida. Trago saliva y hablo.

—Hola, me llamo Valeria.

—Hola, Valeria —responden todos en coro.

—Cuéntanos, Valeria, ¿por qué estás aquí? —pregunta Darío.

—¿Por qué estoy aquí? —¿Cuánto tiempo tienen?—. Bueno... intenté suicidarme —no se produce el coro de susurros que asumí que se produciría. Todos me miran pacientes y comprensivos, esperando que continúe de hablar—. Hace unas semanas pasé por un mal momento... bueno, siempre paso por malos momentos, pero ese día fue de lo peor. Como sea, subí hasta el Edificio Black e intenté saltar de la terraza.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Porque dudé —no es del todo mentira. Las palabras de Thomas me hicieron dudar estando allá arriba—. Me pregunté si de verdad era esa la salida.

—Y viste que no lo era.

—No, realmente el suicidio no es la salida —bajo la mirada. No sé por qué, pero me siento apenada.

—Vamos, levanta la cara. No te debe avergonzar el haber pasado por un mal momento, digo, todos hemos atravesado esa etapa. Algunos saltan al vacío, otros se conforman con el vacío que llevan dentro, y otros vienen a terapia. Eso significa que, por lo menos, ya diste el primer paso.

Las palabras de Rodrigo y las miradas comprensivas de los demás miembros del grupo son un alivio para mí. Pensé que sería difícil, que lloraría, pero aquí estoy.

—Bueno, pero hay algo que me dejó curiosidad, Valeria —continúa Rodrigo—. ¿Por qué intentaste suicidarte? —hijo de puta, hasta que hizo esa pregunta.

Trago saliva y repito las razones en mi mente una y otra vez mientras Rodrigo y los demás me miran. Sus ojos ya no son simples ojos, sino rifles de caza que apuntan hacia mí, esperando el más mínimo movimiento para asesinarme.

Cierro los ojos, inhalo y exhalo, para sentirme un poco más segura. Me pongo los pantalones de niña grande y hablo.

Contar mis cosas se vuelve algo liberador, el compartir todo esto no solo con Georgina sino con un montón de personas que me comprenden porque han pasado situaciones similares. Por primera vez en mucho tiempo me siento a salvo, y es una seguridad incluso mayor que la que sentí aquella vez que dormí junto a Georgina.

Cuando termina la sesión, todos nos ponemos de pie y nos despedimos. Yo tomo unos brownies para llevarme, joder, qué buenos brownies.

—Estoy orgulloso de ti —me dice Rodrigo, a mi espalda. Yo volteo al instante.

—Me dijeron que podía llevarme los brownies —no sé por qué digo eso, ni sé por qué escondo los brownies en mis bolsillos.

—¿Qué? Me refiero a que pensé que tardarías más en abrirte al grupo, pero demostraste hace rato que eres más fuerte de lo que pareces.

—Eh, bueno, gracias —me encojo de hombros.

—No tienes nada que agradecer. Nos vemos la semana que viene.

Al salir del centro comunitario, me quedo un rato parada frente a las puertas. La calle está iluminada esta noche, y eso es algo bonito. Saco mi celular y llamo a Georgina para que me recoja, como habíamos acordado, pero no me contesta ninguna de las cuatro veces que le llamé.

Entonces Alicia me llama y le explico la situación. Ella me dice que intentará llamar también a Georgina, y si no, saldrán ella y Frank a buscarme. El centro comunitario está lejos de mi casa, nadie con sentido común se atrevería a irse caminando.

—¿Necesitas que te lleve? —me pregunta Rodrigo a mi lado, sorprendiéndome.

—No, tranquilo, estoy esperando a mi mejor amiga.

—¿La que vino contigo la otra vez? Eh... ¿Georgina?

—Sí, esa.

—Bueno, pero no te atrevas a irte sola. Esta ciudad es peligrosa. Buenas noches, Valeria.

Luego de decirlo baja los escalones y gira a la izquierda para ir al estacionamiento. Y sí, yo empiezo a preocuparme. No es normal que Georgina se tarde tanto.

Considero volver a entrar y esperarla dentro, pero el guardia de seguridad no me deja pasar. Llamo de nuevo a Georgina, pero no contesta, y en eso se apaga mi celular.

Ese es el colmo de la preocupación.

El guardia tampoco me presta su celular, así que no me queda de otra más que caminar a mi casa. Es una caminata de unos 2 kilómetros en una ciudad iluminada, así que creo que estaré bien.

O bueno, eso me digo para relajarme.

Las calles están solas, y eso es un alivio y una preocupación a la vez. En un momento dado llego a una calle desde donde puedo cortar camino por un callejón, y tomo la mala decisión de pasar por allí.

El callejón está mal iluminado, y veo unos cuantos vagabundos durmiendo junto a los basureros. Fue recién en ese momento que empecé a caminar rápido. Puedo ver la luz que es el final del callejón.

Cuando la preocupación empieza a aumentar, siento una mano fuerte en mi hombro izquierdo, que me gira con rapidez y me arrastra a un callejón transversal al que estamos. Puedo oler el licor barato en su ropa, y la risa burlona que hace probablemente me cause pesadillas.

—¿Qué tienes ahí? ¡Comparte! —grita alguien a mi derecha.

—¡Consíguete una, esta es mía!

Yo empiezo a forcejear para liberarme, pero el tipo que me tiene es grande y fuerte, y me somete con facilidad.

Con una mano rápido y fuerte me jala la camiseta hasta que la rompe y me deja en brasier..

—Uy, mira, rojo, el mismo color de tu cabello —dice el que me tiene—. Y casualmente, es mi color favorito.

Con sus manos me toca el abdomen y me pellizca los pezones mientras yo sigo forcejeando.

—Puedes luchar cuanto quieras, pero esto es inevitable.

Entonces recurro al arma de toda mujer: una patada en las bolas. El tipo me tira al suelo y yo me lastimo al caer. Me patea en la espalda y yo suelto un grito de dolor. Con sus manos me levanta, y yo sigo tratando de patearlo (mis piernas colgaban en el aire).

El parece cansarse, y me tira nuevamente al suelo, pero esta vez me golpeo la cabeza, que empieza a dolerme inmediatamente. Del callejón original venía un poco de luz, y solo así fue que pude ver la silueta de alguien detrás del tipo que se quitaba el pantalón para hacerme lo que se le ocurriera.

De ahí en adelante las cosas se vuelven borrosas, pues en un momento estoy en los brazos de alguien, en otro estoy en la parte trasera de una camioneta, y de alguna forma llegué al hospital.

Pero hay algo que rescato de eso, un sonido, una voz que me susurró al oído mientras iba en la parte trasera de la camioneta.

«Te dije que no volvieras a  estupideces».

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora