(11) Depresión

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Depresión.

Valeria.

Soy una mala persona.

Soy una mala hija.

Soy una mala sobrina.

Soy una mala amiga.

Soy…

Soy una mierda.

Desde que Georgina me dejó en mi casa no he salido del cuarto. Ayer Alicia tocó la puerta de mi cuarto para tratar de hablar conmigo. Tal vez se dio cuenta de que no estaba bien, pero no tengo ganas de hablar de lo que pasó.

Unas horas después intentó hablarme otra vez, para que bajara a cenar. Dijo que había hecho ñoquis con carne molida, mis favoritos.

Le pedí que me la llevase, y fue suficientemente condescendiente para complacerme.

Parece que todo está volviendo a la normalidad entre ella y yo, pues no me trata como una adolescente exagerando sus emociones. Eso es algo que agradezco, pero no tengo las agallas para decírselo.

Me senté en mi escritorio a comer, pero inevitablemente pensé en lo que le hice a Georgina. Realmente no he pensado en ella, simplemente pensé en mí, en la ira que tenía, en las ganas de justicia que llevaba dentro.

No quiero llamarla para pedirle perdón, porque sé que no quiere hablar conmigo. Sé que la cagué con ella, sé que no merezco que me perdone. Sé que no merezco este maldito plato de ñoquis.

No comí más que dos o tres bocados, para después tirarme en mi cama.

Y no, no dormí, simplemente me tiré a ver el techo hasta que la luz del Sol empezó a meterse por mi ventana.

No quiero ni siquiera pensar, porque sé que si pienso caeré en una vorágine suicida de la que tal vez no pueda salir.

Como a las 6 AM Alicia toca mi puerta.

—¿Estás despierta ya? —no respondo. No tengo mente para imaginar, palabras para hablar, lágrimas para derramar, fuerzas para caminar… nada, simplemente no tengo nada—. ¿Vas a ir al colegio, Valeria?

Antes que me diera cuenta, Alicia abre la puerta y entra. No la veo a la cara, mantengo la mirada en la ventana.

—¿Cómo estás? —supongo que se calma al ver que mi pecho sube y baja, que es la prueba de que sí estoy respirando—. Valeria, solo dímelo —yo solo meneo la cabeza, y eso parece ser suficiente para ella, porque se va y cierra la puerta al salir.

Sin moverme nada, pasaron las horas hasta que es Frank quien toca la puerta. No respondí, pero el igual pasó y se sentó donde antes se sentara Alicia.

—Creo recordar que nos hicimos una promesa —dijo con total seriedad.

Puede que no tenga derecho para tratarme así, puede que sí, no me importa. Solo espero a que termine para que salga de mi cuarto—. ¿Me vas a decir lo que pasó, o tengo que preguntarle a Georgina? —por algún motivo eso me altera, y me volteo hacia el con rapidez. El parece leer la desesperación en mi rostro—. ¿Por qué no quieres que hable con Georgina?

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora