(9) Irrisión

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Irrisión.

Georgina.

¿Es normal sentirse nerviosa en estos momentos?.

Si no lo es, entones parezco una completa idiota.

No tengo palabras para describir el sentimiento que me provocó ayer que Valeria me pidiera venir con ella acá.

—No quiero que Frank y Alicia vengan —me dijo—. Creo que las cosas entre nosotros ya nunca serán de la misma forma, y no quiero que me vean fallar allí y ver la mirada de decepción en sus caras.

Valeria tiene un serio problema de desconfianza en sí misma. Por todo lo que le ha pasado, ha configurado su cerebro para pensar mal de sí por defecto, y eso es algo que le pesa cada día de su vida.

La sala está bien iluminada. Al fondo hay una mesa con bocadillos, y en el centro están varios reunidos en un círculo de sillas, esperando a que la sesión empiece, al igual que hay otros de pie, hablando entre ellos o tomando bocadillos.

Valeria había tomado mi mano en la entrada del edificio porque me dijo que estaba asustada. Al entrar y ver a todas esas personas presentes bajó la cabeza y se encogió de hombros.

Está sufriendo, lo sé, esto no es fácil para ella, pero es algo que tiene que pasar para que algún día pueda ser feliz, aunque no sea conmigo. Le doy un toquecito con el hombro para que levante la vista, y señalo a la mesa con la boca. Ella parece comprender y caminamos hasta allá.

No los quiero aburrir con los detalles de la comida que había, porque no era nada del otro mundo. Tomamos un brownie y una lata de Pepsi cada una. Por cierto, Pepsi es mejor que Coca-Cola y no pienso discutirlo con nadie, a menos que tu libro favorito sea A través de mi ventana, y en cuyo caso, ni siquiera hablaría contigo. Ese libro es el Bad Bunny de la literatura, pura moda y nada de cordura.

Guao, eso rimó. Valeria estaría orgullosa de mí.

Ahora, ¿Por qué hablo de aquel libro aquí? No lo sé, solo quería hablar de ello.

Volviendo al tema, nos sentamos y empezamos a comer lo que habíamos tomado. Lo hacemos en silencio. Valeria parecía no tener nada que decir, y a mí me hubiera encantada tener algo en mente para levantarle el ánimo.

Antes de que me diera cuenta, todos se habían sentado, éramos solo unas quince personas, y uno de los presentes se levantó para hablar. Es de piel negra, igual que su cabello. No distingo bien, parece tener ojos marrones.

—Buenas noches, muchachos —dijo, dando un único aplauso—. Sean bienvenidos al grupo de apoyo. Recuerden que aquí somos una familia, personas unidas tratando de sanar para poder salir adelante con nuestras
vidas.

Es increíble el hecho de que nunca pensé que vendría a un lugar como este, y aquí estoy, apoyando a mi mejor amiga, la chica a la que amo. Perdón si sueno un poco cursi a veces, me configuraron para ser cursi por defecto.

—¿Alguien quiere empezar? —preguntó el negro. Nadie levantó la mano ni movió los labios, solo se miraron unos a otros esperando que alguno hablase.

Valeria había bajado nuevamente la cabeza—. ¿Nadie? Pues bueno, supongo que tendré que empezar yo.

»Para quienes no me conozcan, un placer, me llamo Rodrigo, tengo 29 años, soy ingeniero en sistemas y lidero este grupo. ¿Por qué estoy aquí? Pues, hace siete años me creía el rey del mundo. Y con razón, digo, recién había terminado la universidad y conseguí el trabajo de mis sueños, había surfeado en El Salvador, kayak en los Médanos de Coro, nadado con delfines en Australia, visto la aurora boreal en Finlandia… en fin, vivía mi vida.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora