(12) Unión

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Unión.

Georgina.

Por lo general, me gusta salir a comprar ropa. No sé, siempre me pareció bastante relajador y me aliviaba el estrés.

Y después de lo que pasó con Valeria, necesito despejar mi mente urgentemente. Pero, ¡Maldita sea! Se supone que tengo que relajarme, pero ahora resulta que tengo que soportar a Cristina porque decidió venir a pasar unos días. Por si no se acuerdan lo que dije hace tres capítulos, Cristina es mi hermana mayor, que se fue a Madrid a la universidad.

La crisis de Valeria frente al volante ocurrió el domingo. La dejé en su casa y puse rumbo a la mía, pero me detuve a medio camino. Simplemente detuve el auto y dejé salir todas las lágrimas que había guardado los últimos días.

Maldita sea, pensé que Valeria me iba a matar en un choque, creí que mi vida realmente corría peligro. Supongo que uno nunca conoce la gravedad de las malas mañas en que incurre hasta que algo traumático te lo hace ver.

En mi caso, yo estaba tan ciega de amor por Valeria que deseaba curar todas sus cicatrices, anhelando, en lo más profundo de mi corazón, que ella decidiera naturalmente recompensarme dándome el amor que quiero que me dé.

Joder, ¿a quién engaño? Todavía quiero ayudar a Valeria, pero si es a costa de mi propia vida…

No quiero ni pensar en eso. Pero por otra parte, tampoco quiero pensar en el pelirrojo que tanto tiene obsesionada a Cristina. Dios, ni siquiera sé qué le ve, el tipo está en la prisión.

Después de lo que pasó con Valeria, llegar a mi casa y ver que Cristina llegó de visita, fue la cereza en el pastel que es la tormenta perfecta de la gran mierda que vivo. Había olvidado que vendría para su cumpleaños.

El lunes amanecí con jaquecas, posiblemente producto del susto, y no fui a clases. Ese día fue el cumpleaños de Cristina. Y no, no le dije nunca a mis padres lo que pasó con Valeria, se hubieran puesto histéricos.

Ahora, martes (tampoco fui al colegio porque Cristina quería pasar tiempo conmigo), vinimos a comprar ropa porque ella quiere estrenar ropa nueva cuando vaya a clases.

—¿En qué piensas? —me pregunta de repente, mientras veo una chaqueta rosa que me gusta.

—¿Eh? En nada —eso, sí, hazte la tonta.

—Ya, entiendo —se voltea. El tono en que lo dijo me irrita y me orilla a seguirle la conversación.

—¿A qué te refieres con eso? —le pregunto cuando la alcanzo en la sección de ropa interior.

—¿Con qué?

—Eso. Lo que me dijiste, y el tono con que lo dijiste.

—No tengo idea de lo que estás hablando, hermanita.

Uno pensaría que cuando un pariente ha pasado por una situación traumática como la vivió Cristina en diciembre, se volvería más empático. Pero supongo que la mente humana funciona de formas que nunca
comprenderemos.

El perfecto ejemplo de eso es Valeria y su enardecido carácter irascible, con plena disposición lechuguina y pletórica de sojuzgar a seres de intelectos que ella considera inferior. Y sí, usé un diccionario para escribir ese acervo de palabras rimbombantes (humor).

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora