(8) Exacerbación

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Exacerbación.

Valeria.

Odio el blanco.

Es un color bastante aburrido, a pesar que algunos lo ven como el claro ejemplo de pureza o perfección.

Y no, no prefiero el color.

¿Para qué usar millones de colores en una sola prenda?. El error común es creer que la ropa es solo ropa, que no te define, que no habla sobre ti. Pero es eso, un error. La ropa es una expresión de la cultura de esa persona, y por la ropa que usa alguien se pueden decir muchas cosas, tanto buenas, como malas.

Claro, hay gente que ama vestirse de colores, y si son felices así, pues no es mi problema, al igual que no es problema de ellos si me visto de negro siempre. No obstante, todos estamos en nuestro derecho de criticar un gusto, ya que no existen los gustos perfectos.

Y yo ejerzo mi derecho justo ahora al decir que odio la ropa de color blanco, y estar sentada en esta maldita oficina de paredes blancas me da dolor de cabeza. Me hace sentir como si estuviéramos en una nebulosa, casi ni se notan las esquinas de las paredes a menos que te concentres. La luz que entra por la ventana es un inmenso alivio.

También odio el método de trabajar de esta maldita psicóloga. ¿Se supone que es una profesional? Ni siquiera tiene escritorio, solo estamos sentadas en puffs marrones frente a frente.

Ana viste formal, como siempre, con ese pantalón gris y zapatos deportivos, y una camiseta rosa. Toda una psicóloga (nótese el sarcasmo).

Ana me mira con esa sonrisa de sabía que volverías, y aquí te tengo, y no me queda de otra más que devolverle la sonrisa. Solo vine porque realmente no quiero que Alicia se sienta decepcionada de mí, ni que sienta que no puede confiar en mí. No sé por qué, pero siento que desde anoche no me ve con los mismos ojos.

Para ella ya no soy la chica traumada que perdió a sus padres, sino la chica estúpida que no valora lo que tiene. O tal vez sean solo cosas de mi imaginación, y Alicia realmente me ama y se preocupa por mí.

—¿Cómo has estado, Valeria? —me pregunta Ana cortésmente. Que cómo he estado, maldición, ¡Me intenté suicidar!

—Bien.

—¿Bien? Define “bien”.

—Es… bien —digo con toda la frialdad del mundo—. Estar bien. Estar contento. Tener buena actitud.

—Por supuesto. Entonces, teniendo en cuenta eso, ¿estás realmente bien?

—El tono redundante de tu voz no me gusta, Ana.

—¿En serio? A mí me encanta —la humildad siempre fue tu bandera, perra.

—Ana, Alicia te contó todo lo que pasó. ¿Por qué tendría yo que contártelo a ti?

—Porque soy tu psicóloga, eso es…

—¿Eres mi psicóloga? Pues haz tu trabajo —le interrumpo—. Mándame pastillas o algo, no me importa, ya estoy cansada de este maldito consultorio y no he estado aquí ni siquiera 10 minutos.

—Detecto una buena cantidad de furor en tu comentario.

—¿Tú crees? —empiezo a recordar por qué dejé de venir acá, maldita sea.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora