(26) Evasión

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Valeria.

Lo que cualquier persona de mi edad haría sería quedarse en casa estudiando para los exámenes finales. Pediría pizza por delivery, y haría una pijamada con Georgina y mis demás amigas, y nos dormiríamos en la madrugada luego de tanto cotillear sobre los chicos que nos gustan.

Lo que cualquier persona de mi edad haría sería concentrarse en sus estudios para entrar en una buena universidad, recibiría un auto como regalo al graduarme, y perdería mi virginidad con mi novio luego de la fiesta de graduación.

Terminaría la universidad, encontraría trabajo, me casaría, tendría hijos, los vería crecer, y moriría en paz. A eso se dedican las personas normales: nacer, crecer, estudiar, trabajar, reproducirse, morir. Qué envidia le tengo a ese tipo de personas.

El pasillo que lleva al cuarto de Frank y Alicia está vacío y oscuro, a esta hora ya están durmiendo. Eso facilita la situación, pues no me gustan las despedidas. Por esa misma razón no volví la cabeza antes de cerrar la puerta de mi cuarto, ni esta vez ni cuando intenté suicidarme hace semanas.

En aquel entonces el mundo parecía tan sencillo. Sin policías, ni asesinos seriales, solo Georgina y yo contra el mundo.

El barandal de la escalera está frío, así que desisto de sujetarlo. Creí que necesitaría de el para mantener firme, pero tengo suficiente determinación como para seguir adelante por mi cuenta. Al llegar al final de la escalera recibo la notificación que estaba esperando.

«Confirmado».

Suelto un suspiro. No sé si sentirme aliviada o más preocupada, así que sacudo la cabeza para mantener la mente fría. Guardo mi celular en el bolsillo interno de la chaqueta, y por el rabillo del ojo izquierdo distingo la sala de estar, en completa penumbra a esta hora de la noche. Entro, y al instante recuerdo el día que Georgina y yo llegamos acá a escuchar los discos que compramos, y yo lloré escuchando la música que le gusta a Dylan; el mismo día que no fui a clases por flojera y Alicia lo entendió; el mismo día que conocí a...

Realmente el mundo era más fácil en aquel entonces.

—¿Vas a algún lado? —pregunta una voz gruesa a mi espalda, y yo me volteo inmediatamente. Frank me mira con ojos inquisitivos y una taza en su mano. Parece una escena siniestra con la poca iluminación que hay.

—Pues no, a ningún lado —miento instantáneamente—. ¿Qué haces despierto?

—Me dio sed —sube su taza un poco—. Pero no evadas mi pregunta.

—Te dije que no iré a ningún lado.

—Valeria, podrás ser buena con la música, pero eres mediocre mintiendo. ¿Por qué estás vestida? —pregunta con simpleza, como si eso bastara para tener la razón.

—Es que... había quedado con Georgina para ir a su casa, pero está castigada y yo me quedé dormida sin darme cuenta. Bajé a ver si había algo de comer, escuché un ruido en la sala, y aquí estamos —hay un silencio sepulcral por un rato, pero luego es Frank quien lo rompe.

—¿Alguna vez te conté cómo convencí a tus abuelos de que yo era... soy, perdón, un excelente partido para Alicia?

—Tengo entendido que hablaste con ellos un día que Alicia estaba en la universidad, y cuando llegó, la sorprendieron con la noticia.

—Eso, en efecto, fue lo que pasó. Pero, ¿qué crees que les dije para convencerlos? —no respondo, y el añade—: les dije que mi padre era Adolfo Suárez.

—¿El presidente?

—Sí, y no. Verás, mi padre se llamó Adolfo Gabriel Sánchez Suárez, pero cuando su padre lo abandonó, dejó de usar el Sánchez. Para cuando se casó con mi madre y me tuvieron, mi padre había decidido dejar de lado los rencores, y ponerme su legítimo apellido, el apellido de su padre. Así, pues, mi padre fue Adolfo Suárez.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora