(21) Llamada de prevención

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Valeria.

Se siente bien estar bien.

El domingo descansé y alejé de mi mente toda preocupación que tenía sobre Thomas. Pensé que si el tipo quisiera hacerme daño, ya lo hubiera hecho, ¿no?

Además, esa semana empezaban los exámenes finales, y no tenía tiempo para perder preocupándome por chicos guapos con intenciones dudosas.

El horario de los exámenes finales era brutal, cada día tenía uno distinto... y empezaba el lunes con biología, una materia en la que no soy muy buena que digamos.

Si pude pasar ese examen fue porque el domingo Georgina se quedó conmigo ayudándome a estudiar para ese y para los demás exámenes. Ahora, lunes, al salir del aula, estoy convencida de haberlo pasado.

Georgina y yo nos dirigimos al campo de futbol, a las bancas que siempre ocupamos. Me da risa recordar que la última vez que fumé fue aquí, y desde ese entonces no he tenido ganas otra vez. Nos sentamos en la sombra, y puedo ver la emoción en su cara, quiere contarme algo.

Es asombrosa la forma en que uno logra analizar profundamente a las personas que conoce tan solo con denotar una mirada o una sonrisa. Y yo a Georgina la conozco muy bien.

Ella no me habla, solo le sonríe a la pantalla de su celular mientras escribe y yo escucho música, hasta que la curiosidad me gana y me veo obligada a preguntar. No me culpen, ustedes harían lo mismo si estuvieran en mi lugar.

—Georg, ¿con quién hablas? —no me contesta—. Georgina, estoy hablando contigo —la tomo del hombro y ella voltea a verme, aún con la sonrisa en la cara, y es entonces que me doy cuenta que no me había escuchado.

—¿Qué pasa? —pregunta con un aire de tonta.

—¿Con quién hablas? Es primera vez que te veo tan sonriente.

—Pues, con Juan, ¿con quién más? —dice con obviedad.

—Nunca me contaste cómo van las cosas entre ustedes. Digo, me dejaste tirada en el centro comunitario por estar babeando por el, imagino que debe de ser una maravilla.

—Fíjate que sí, es una maravilla. No sé qué es lo que hay en el, que todo lo que dice y hace me gusta...

—Se le llaman hormonas, cariño, y veo que tienes un caso grave de exceso de las mismas —ella me saca la lengua, y yo el dedo del medio.

—¿No has vuelto a hablar con Thomas?

—No, me temo que no.

—¿Y con Tomás tampoco?

—Menos. Pero no pensemos en esto, háblame de Juan. Si te hace feliz, ha de ser un tipo realmente prodigioso, además de afortunado —no miento cuando les digo que me encanta verla feliz con alguien que puede hacerla feliz. Esa felicidad que el le genera es una que yo nunca hubiera podido darle, y eso es un alivio para mí, pues siento que la dejé en buenas manos.

—¿Segura?

—Yo ya te conté sobre Thomas y de Tomás, es justo que me cuentes sobre Juan.

—Pero es distinto, digo, Juan no está involucrado en la muerte de tus padres, no sabe nada del tema —puta madre, había olvidado que no le conté sobre lo que descubrí de Juan y Tomás. Ya comprobé que Juan es un gran tipo (fue el que llevó a Georgina al hospital, y la dejó allí solo porque ella insistió), y por lo que vi en aquella fiesta realmente no me preocupo por el, ni por Tomás, que está claramente sometido a Juan—. Tú tienes a dos chicos muy guapos detrás de ti, yo solo tengo a uno.

—No es que me enorgullezca. Además, no creo que Tomás esté interesado en mí. Y Thomas, bueno, dijo que solo quería ser mi protector.

—Por Dios, niña, obviamente quiere contigo. ¿Para qué más te protegería? —tiene sentido, pero no pienso admitirlo.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora