(30) Diversión

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Georgina.

Las cosas con Juan han estado incluso mejores de lo que esperé. Ya no me preocupa que pueda molestarse un día de estos, ni que me envenene, ni me mate a mitad de la noche. Simplemente somos nosotros dos a solas en medio del bosque. Nosotros y nuestro amor.

Porque sí, es obvio que esto es amor. Desayunar, almorzar y cenar juntos, bailar en el salón, practicar cosas que nos gustan (ya soy bastante buena en arquería, y ahora le estoy enseñando sobre la música que me gusta), y sobre todo, hacer el amor durante la noche y dormir cuerpo con cuerpo.

No lo sé, pero hacer el amor salvajemente con la misma persona a la que ves con amor y que te ve de la misma forma es un lujo que no cualquiera tiene. Es un lujo que yo tengo.

Y por Valeria ya ni me preocupo, pues Juan me aseguró que está bien. Dijo que nunca llegó al encuentro, y sus espías no han podido localizarla, por lo que posiblemente huyó. Al principio no creí que Valeria fuese capaz de dejarme sola en esto metida, pero bueno, caras vemos, corazones no sabemos: yo creí que Valeria era mi amiga, pero no lo dudó en dejarme botada. De cualquier forma, no soy muy infeliz que digamos, pues ahora estoy con alguien que me ama más de lo que Valeria me amó jamás.

La única queja que tengo es que no me deja ir al sótano. Literalmente ni sabía de su existencia, hasta que un día en la biblioteca cogí un libro que literalmente se llama No leas este libro. No lo había visto nunca, así que lo tomé, y de inmediato la estantería se abrió como una puerta, dejando ver una escalera bastante iluminada que bajaba unos diez metros. Estuve a punto de bajar, pero Juan me dijo que lo que tenía allí era una sorpresa para los próximos meses, que no debía entrar allí. Días después le pregunté si la sorpresa era para mí, y me dijo que no, y que en realidad esa escalera iba hacia un garaje en donde estaba reparando un auto para regalar a Ana, su madre (sí, la psicóloga de Valeria, qué pequeño es el mundo).

—¿Qué planes tienes para los próximos años, querida? —me pregunta durante el desayuno, sacándome de mis pensamientos.

—¿Los próximos años? Pues no sé, trato de vivir día a día contigo. ¿Por qué la pregunta?

—No, nada importante, solo creí que podríamos casarnos. Digo, si vamos a estar toda la vida aquí, podríamos casarnos, y hasta tener una familia.

—¿Me estás hablando en serio? —es muy bromista, así que no descarto que esté jugando conmigo.

—Hablo con toda la seriedad del mundo, amor —se levanta, camina hasta mí e hinca la rodilla izquierda. Me muestra la pequeña caja que saca de su bolsillo y su contenido: un anillo de lo que parece ser plata con un diamante rosa incrustado. A simple vista me encanta—. ¿Qué dices, entonces? —me mira con esos ojos atontados con los que me ha visto mil veces, y de inmediato mi mente viaja a nuestro futuro, a lo felices que seremos, a los hijos que tendremos... a la vida que haremos juntos.

—Pues sí, Juan, digo que sí —no puedo contener la emoción, y sonriendo como boba le tiendo mi mano derecha para que el ponga el anillo.

El sexo de anoche fue algo sin precedentes. En pocas palabras, fue el mejor momento de mi vida.

El invierno ya ha hecho lo suyo, y el bosque circundante está repleto de nieve. La última semana ha nevado, y Juan siempre tiene que levantarse a limpiar la entrada de la casa. No obstante a eso, el ambiente está perfecto para cazar: Juan y yo hemos salido al bosque, cada uno con su arco y su carcaj, y cazado nuestra cena.

Se suponía que hoy iríamos también, pero decidí quedarme en casa. No me provoca salir, prefiero quedarme en el patio practicando con las aves que pasan. Juan lo comprende, y va a nuestra biblioteca a leer...

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora