Epílogo

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Valeria.

Se supone que las cosas son un proceso, paso a paso, poco a poco. Eso me he estado diciendo el último año en terapia (en verdadera terapia, no con alguien como Ana, que fue arrestada por complicidad en los secuestros y asesinatos perpetrados por Juan). He recibido apoyo, amor y comprensión, cosa que me ha ayudado inmensamente.

Aún tengo pesadillas, a pesar que me cueste recordar todo lo que pasó aquel 15 de diciembre. En mis pesadillas estoy encerrada en aquel calabozo, con Juan insultándome y amenazándome de muerte; o siendo asesinada en el bosque; o viendo cómo Juan mata a Georgina; o sobreviviendo a todo eso, pero cargando con el hecho de que fue mi culpa. Aunque eso último es lo que más se asemeja a la realidad.

Solamente he podido dormir gracias a pastillas y terapia de sueño, porque de lo contrario habría estado despierta los últimos 365 días.

Una vez dicho eso, he de afirmar que considero que esto es una locura, pero el doctor Baena cree que es justo lo que necesito: ponerle un fin en el sitio donde empezó.

La casa del bosque fue demolida por orden de la Alcaldía. Resulta que era propiedad de Darío Brown, quien murió sin descendencia, y en su testamento legó varias propiedades a una empresa suya, cuyo actual director es el alcalde. En resumen, el papeleo fue rápido.

En donde estuvo la casa ahora solo hay una especie de altar para Isaza, Rodrigo y Tomás, quienes murieron ahí mismo a manos de Juan. Georgina le dijo a la policía que El Boinas arrojó algo parecido a un cadáver por el acantilado, y resultó ser Isaza. A Rodrigo lo encontraron bajo un árbol, vestido con un traje de gala y envuelto en una cortina blanca, aún con la bala en el pecho. Lo difícil de digerir que de Tomás solo encontraran la cabeza, envuelta en tela en un baúl enterrado en el bosque. El resto de su cuerpo nunca apareció.

Visitar este lugar me da escalofríos de solo recordar las cosas que pasaron aquí, pero peor es recordar que empezó en un día común y corriente, lo que me hace dar cuenta que la vida puede cambiar de ángulo en muy poco tiempo, tal como el feed de una red social mientras la usas.

En el altar hay fotografías de los fallecidos, y restos de velas que los anteriores visitantes dejan para honrarles. Yo hago lo propio, y enciendo una para cada uno, y les deseo en voz alta que descansen en paz.

Al bajar la colina encuentro a Georgina en el punto donde acordamos reunirnos: el lugar donde se supone que maté a Juan. Es un pequeño claro en el bosque, cubierto completamente de nieve. En un árbol cercano, alguien dibujó una cruz y el nombre completo de Juan. Supongo que era importante para alguien.

A veces, en mis pesadillas, puedo ver a Juan sobre mí, estrangulándome, y alejando la mano en donde tenía el cuchillo, para tomarlo y matarme con el; y otras veces me veo mordiendo su oreja mientras me hablaba al oído, y aprovecho esa situación para zafar mi brazo y apuñalarlo en la espalda repetidas veces, hasta que ambos caemos por un negro vacío hasta el Infierno, en donde nos condenan por asesinato a trabajos forzados.

El terapeuta dice que puede que esto último sea lo que en realidad pasó, exceptuando la parte del Infierno, ya que al cadáver de Juan le faltaba la oreja izquierda (que no encontraron nunca) y la causa oficial de muerte fue desangramiento provocado por veintitrés puñaladas en la espalda. Ahí todavía tenía clavado el cuchillo, e identificaron mis huellas dactilares, lo que corrobora aquella teoría.

Lo que sigue sin explicación es qué hacía a varios metros de ahí, deambulando, pero lo que piensa la policía (y yo también) es que pude haber escuchado las voces de los que me buscaban, y a tientas salir de debajo del cadáver para tratar de seguir las voces. Algo tétrico todo el asunto, pero es lo que hay.

Sacudo la cabeza para sacarme esos pensamientos de la cabeza, y fijo mi mirada en mi camino: Georgina se ve genial con ese traje negro de invierno, con bufanda y gorro a juego.

—¿En qué piensas? —pregunto.

—En qué hubiera pasado si no fuésemos ido a Cakeland aquel día —dice con un deje de melancolía—. La vida era más fácil en aquel entonces.

—Concuerdo perfectamente contigo. Pero supongo que es un punto fijo en la historia, tenía que pasar sí o sí.

—¿A qué te refieres?

—Si esto no hubiese pasado, no podría decir hoy día que por fin ya no me duelen mis padres ni Dylan. Hoy soy más fuerte que aquel día en que me desperté y no sabía que era el aniversario luctuoso de mis padres.

—Estás enterrando a tus muertos —dice con una sonrisa y orgullo en su mirada—. Eso está bien, estoy muy orgullosa de ti.

—Y yo de ti —la tomo de las manos—. Ya verás, vas a superarlo todo. Las pesadillas cesarán, al igual que las mías lo harán un día, y podremos ser felices.

—No me cabe duda.

Algo de lo que tampoco me cabe duda es que Georgina es más fuerte de lo que parece. Después de vivir lo que vivió, no desistió ni una vez, y hemos estando apoyándonos en nuestro proceso. Es algo por lo que la amo.

Sigo siendo más bajita que ella, pero eso no me detiene de hacer lo que vengo queriendo hacer desde hace meses. Los labios de Georgina besan los míos suavemente. Es un beso firme pero delicado, una afirmación de compromiso y confianza. Al separarnos, puedo ver en sus ojos todo lo que está bien en este mundo.

Escucho una rama romperse a mi izquierda, y volteo rápidamente para ver a un simple venado. Nada del otro mundo.

—Por un momento creí que un fantasma nos atacaría —dice Georgina en broma, a lo que yo río, aún viendo el venado. En cuanto levanto la mirada, efectivamente la predicción de Georgina se hace real. Me suelto de ella para acercarme.

—Felicitaciones, Pelifuego, lo lograste —dice de brazos cruzados. Antes me hubiera preocupado de que estuviera pasando frío por la ropa deportiva que trae en este ambiente, pero ahora que sé que es producto de mi imaginación no me preocupo por esas cosas.

—Gracias, Thomas. Nada de esto hubiera sido posible sin ti.

—¿Sin mí? Te recuerdo que tú lo hiciste por tu cuenta.

—Eres un subordinado a mí, así que te ordeno darme la razón —arquea una ceja.

—Nada mal, Pelifuego. Nada mal —me extiende la mano derecha—. Nos volveremos a ver, eso tenlo por seguro.

—Técnicamente estarás vigilándome 24/7, así que yo no me preocuparía —se la estrecho. Cuando nos soltamos, guiña un ojo y se voltea para perderse entre la flora.

—¿En serio le hablaste al venado? —pregunta Georgina a mi espalda. Yo volteo lentamente con curiosidad. ¿Al venado? ¿En serio mi cerebro aprovechó la aparición del venado para lanzarme a Thomas? Me volteo de regreso a los árboles, y efectivamente puedo distinguir la silueta del venado irse por donde vino.

—Creo que sí, de hecho —digo con una sonrisa.

—¿Por qué lo hiciste? —tendría que explicarle lo de Thomas, definitivamente. Hasta ahora cree que Thomas era Tomás, tal como pensábamos antes. Esto es algo que debo discutir con ella, pero ya será otro día, pues hoy es solo para celebrar la victoria.

Me acerco hacia ella, y parece notar el estado de éxtasis en que estoy.

—Valeria, ¿Por qué hablaste con el venado? —pregunta con entusiasmo y confusión. Mi respuesta es simple y concisa, y la suelto luego de darle otro beso:

—No preguntes estupideces.

FIN

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora