(24) Apreciación

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Valeria.

Sangre. Sangre, y el olor a sangre. Sin contar, claro, el cuerpo machucado de Pedro en aquella habitación oculta.

Vomitar me hizo sentir un poco mejor, pero aún así siento repugnancia por la escena. Una vez en la sala, Georgina se sienta a mi lado en el sofá largo mientras Juan llama a la policía. Ella trata de calmarme: me abraza, me acaricia, me dice palabras de aliento...

Sé que ella también está aterrada, porque está temblando, pero así como sus esfuerzos de calmarme no sirven, yo no sé qué hacer para calmarla, y sería muy hipócrita de mi parte decirle todo va a estar bien cuando ambas sentimos a un asesino sobre nosotras.

Georgina sigue hablándome, tartamudeando y con voz quebradiza, pero mi mente está todavía en aquella sala a la que se accede por un túnel en el baño. Ese mapa que usan los detectives, donde todas las pistas me señalaban a mí, donde había información sobre mí y mis seres queridos, además de fotos de ellos...

Pero lo que más me perturba es la imagen del cuerpo de Pedro, muerto a mis pies. Su cara estaba irreconocible, cada una de sus facciones fue borrada junto al resto de su cabeza, ahora vuelta una papilla de la que solo se distingue su cabello verde.

Tenía las manos atadas a la espalda, así que probablemente el asesino lo haya torturado, pero solo es una especulación...

¿Es una especulación? Debe serlo, no quiero pensar que el chico que me llevó a la mejor cita de mi vida sea un asesino... ¡No! Thomas no es así, esto obviamente es obra de Tomás. Había algo en él que no me gustó desde el principio, y Thomas me advirtió que me alejase de él, debí saber que era por esto...

Georgina me queda viendo un rato con los ojos cristalizados. Su mirada está perdida, como esperando que le indique qué hacer. Odio que me vean como una líder, porque no lo soy.

Entonces recuerdo la noche que me infiltré en la fiesta de Tomás, y cómo Juan lo vapuleó... ¿Juan estará metido en esto? ¿Sabía de la muerte de Pedro? No puede ser posible, Thomas me dijo que no me preocupase por Juan.

Mientras caminábamos al edificio me debatí si contarle a Georgina lo que sé sobre Juan, pero me decidí a que no tenía razones para desconfiar de él, ni mucho menos pruebas para acusarle. Además, nadie que estuviera metido en la muerte de alguien nos habría llevado al lugar del asesinato, ni mucho menos reaccionado de la forma en que lo hizo al encontrar el cadáver de Pedro.

Pero aún así, siento que Georgina debería saberlo. Mis labios tiemblan mientras trato de formular la oración, y ella parece notar que estoy tratando de decirle algo.

—¿Qué pasa? —me pregunta.

—Hay algo... yo... —no consigo más que balbucear, pues no sé qué decir. ¿Cómo le dices a tu mejor amiga que su novio podría ser un asesino, o incluso cómplice de uno?

Me reacomodo en el sofá para relajarme, y entonces siento algo debajo de mí. Algo duro. Me levanto y veo que se trata de algo metido entre los cojines... es un libro. He visto cientos de cosas metidas entre los cojines, pero es primera vez que veo un libro. Lo saco para verlo, y se lo muestro a Georgina, quien comparte mi confusión.

—¿El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde? —pregunta ella.

—Un poco de lectura ligera, supongo.

—¿No es tu libro favorito?

—Casualmente, sí —lo abro solo por curiosidad, y mi corazón se detiene—. Este libro es propiedad de Tomás Andrés Suárez —leo—. Si no es tuyo, y no te lo presté, devuélvelo. A menos que seas Valeria, claro, y en dicho caso, quédate con el libro, que sé que es tu favorito.

Mi amigo ThomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora