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Las nubes empañan por completo el cielo primaveral en Holmes Chapel, y el viento corre fresco, haciendo mover, a su ritmo, la copa de los árboles.

El murmullo de bancos arrastrados por el suelo y voces con acentos repugnantes se escuchan a lo lejos, el motor de algún auto encendiéndose es una de las cosas que menos podrían importarle a Julian en este momento.

Está solo, disfrutando un cigarrillo, acostado en el césped frondoso y húmedo por el rocío de alguna llovizna que cubrió Holmes Chapel en las horas de la mañana mientras él estaba en clases, y se siente tan en paz, que por un segundo olvida que aún sigue en el colegio.

Tiene un tiempo libre por ahora, porque luego debe entrar a gimnasia, y la verdad es que no tiene muchas ganas.

Le han dicho que tiene que cambiarse, y ponerse esta clase de uniforme que detesta porque, para colmo y como si no tuviera problemas, el short le queda corto y ajustado en los muslos, y Paulo no ha querido cambiárselo.

También le ha preguntado a Alejandro, a Alexis y a Erling, otro amigo de Paulo, pero ninguno ha querido hacerle la segunda, así que sinceramente está pensando en faltar. Sabe que tiene una buena excusa.

Se llena los pulmones de aire y suspira, metiendo uno de sus brazos por detrás de su cabeza, y cierra los ojos, perdiéndose en la correntada que le da en la cara y en el ruido relajante de las hojas de los árboles moverse como si estuvieran bailando junto a su fiel pareja; el viento.

Se lleva el cigarrillo a los labios, aún manteniendo sus párpados apretados, y sus labios se amoldan perfectamente alrededor del tabaco. Sus pulmones aspiran el humo que los quema, los marchita, y la nicotina viaja a través de su sistema para quitarle cualquier rastro de ansiedad que tuvo en algún instante.

Piensa que bueno, no le queda otra, que va a tener que ir porque no es de su agrado tener problemas en este colegio también.

Si su madre pudiera verlo ahora, se sentiría orgullosa. O eso es lo que cree.

Por lo menos, no está siendo el desastre que era en Argentina, y todo se lo debe a Paulo.

Ese castaño lo tiene contra las cuerdas.

Literalmente, se siente como el padre que nunca tuvo.

Sus dedos índice y corazón sostienen el cigarrillo cuando se lo quita de los labios, haciéndolo saltar a un costado, provocando que la punta cenicienta se descargue en el césped.

Expulsando el humo hacia un costado, abre los ojos, escuchando el rumor del pasto crujir detrás de él.

No tiene ganas de levantarse, así que no pone esfuerzo en ello.

Si es el director, probablemente lo sermonee un rato y lo mande a su oficina.

No es algo que le interese. En lo más mínimo.

Estira su pierna izquierda y apoya el pie derecho sobre el interior de su muslo, justo a la altura de la rodilla.
Vuelve a llevarse el cigarrillo a los labios, tan sólo para sostenerlo y poder acomodar mejor su brazo detrás de su cabeza.

Inhalando el humo, percibe una figura alta y demandante que está parada a su costado. Su sombra le cubre el rostro y le quita el último rastro de sol que se esconde en el cielo.

Se queda en silencio, porque no tiene ganas de lidiar con nadie, porque su paz y estabilidad mental son más importante que cualquier otra cosa.

— Hola.

Y de nuevo esa voz, ese acento y ese perfume que reconocería aún con los ojos cerrados.

Sonríe involuntariamente y se arrastra por el césped, quedando frente a Enzo.

english love affair [julian y enzo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora