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Luces de colores golpean el rostro de Julian, la música se escucha alta pero amortiguada a través de las puertas de la limusina en la que se encuentra sentado ahora mismo.

Le han dado más indicaciones que su mamá cuando se va y lo deja solo en casa.

Que no hables con este, con aquel tampoco y que mantenga los ojos abiertos.

Nada de mirar a Enzo, porque ellos no se conocen.

Su nombre no es Julian sino Aron y su apellido no es Álvarez sino Wirlachuk.

No es argentino sino polaco y es un empresario multimillonario, demasiado pronto para sus veintidós años. Aunque en realidad esté a punto de cumplir dieciocho.

Lo han maquillado y su cabello ha sido teñido, con un tinte lavable, de un color tan blanco que parece canoso.

Un traje azul se abraza a cada espacio de su anatomía, pronunciando sus curvas y resaltando el color dorado de su piel. Sus tobillos están descubiertos, así que la correntada fría se le cuela por la piel y lo hace sacudirse cada dos por tres.

Zapatos marrones enfundan sus delicados pies, y una camisa blanca media transparente deja ver su piel clara. El arito de su ombligo, uno que se hizo a escondidas de su mamá y que casi le provocó la muerte, brilla escondido bajo aquella prenda translúcida y carísima.

Están detenidos frente al lugar, y Julian se encuentra demasiado ansioso como para siquiera establecer una conversación con el taxista, que no resulta ser más que un inglés afiliado a la mafia, o sea, al padre de Enzo.

Un cigarrillo se consume entre extensas caladas mientras espera la señal, porque le han dicho que no podía entrar con Enzo o sería muy notorio y arruinarían el plan.

No sabe qué es lo que está ocurriendo allí dentro, pero un miedo absurdo le recorre el cuerpo como si fueran hormigas rojas que le pican la piel y le dejan ronchas que extienden el picazón y el ardor por cada lugar de su cuerpo.

Enzo le ha contado, más o menos, el plan, y el hecho que Julian tenga que escabullirse entre las sombras cuando él entre en una habitación con un viejo específico, le revuelve las tripas. Tiene un mal presentimiento, pero lo apaña pensando en que, si todo sale bien, esta noche podría ser la mejor de su vida.

Respira profundo, dando la última calada cuando su teléfono vibra en el bolsillo del saco carísimo que lleva puesto.

Es su momento, y ya no quiere pasar más tiempo sin saber qué ocurre con Enzo ahí dentro.

Saluda cordialmente al hombre que lo trajo hasta el lugar y abre la puerta. Deslizándose por los asientos, saca un pie y lo apoya sobre la vereda.

Con finura pulcra y una personalidad de millonario exasperante y altanero, cierra la puerta. Se acomoda el saco, aún con el cigarrillo humeante entre sus dedos, y esboza una sonrisa ladina, demasiado metido en el papel.

Sus labios se envuelven alrededor del filtro del tabaco cuando lo lleva a su boca. El eco de sus zapatos queda apaciguado por el sonido retumbante de la música.

Julian llega a creer que el piso tiembla debajo de él, pero en realidad son sus nervios.

Se mueve con elegancia, caminando exactamente cinco pasos antes de llegar a la puerta del lugar. Porque si, ha estado estacionado justo en la calle donde el establecimiento se levanta en todo su esplendor.

Traga saliva y carraspea, preparándose internamente para dar su mejor acento polaco.

Name? / ¿Nombre? — el patovica, armado hasta los dientes, pide. Julian casi solloza de miedo al verlo tan enormemente formado, con sus músculos fuertes y llenos de tatuajes.

english love affair [julian y enzo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora