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Con pasos trémulos y un ego inalcanzable, Julian llega al interior de ese pequeño recinto plagado de cuartos que sólo mantienen su privacidad tras una escueta cortina oscura.

Metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón, no se preocupa demasiado por cuál de todas esas pequeñas habitaciones resulta ser en la que Enzo se encuentra, pues antes de llegar, habían acordado que él dejaría una media blanca colgando hacia afuera.

La tranquilidad que habita su semblante es sólo un espejismo; en su interior se desarma de inseguridad y ansiedad. Teme por Enzo.

Sus ojos caen al suelo alfombrado, buscando con desesperación la media blanca.

Dos, tres, cuatro habitaciones; en ninguna hay tal prenda.

Está volviéndose loco, desesperándose por no tener noticias de Enzo, por haber sido un idiota y no decirle que lo quería -muy poco- antes de que entraran a ese bar, e incluso se recrimina a sí mismo que, si no le hubiera armado un escándalo, él jamás habría tomado su lugar y las cosas serían diferentes.

Pero entonces, y como si fuera obra de un universo que por fin conspira a su favor, una media blanca vuela por encima del barral de la cortina y cae pulcramente al suelo.

Apurando sus pasos e intentando que el chasquido de sus zapatos no sea tan obvio, llega al final del pasillo, justo donde aquella prenda se encuentra desparramada frente a la habitación de Enzo.

Contiene la respiración y aprieta los labios, a sabiendas que, si tiene que usar el arma, lo más probable es que termine disparándose a sí mismo.

Obviamente, no podemos olvidar que Julian es un pelotudo. Con todas las letras.

Su mamá suele decirle que a veces se arrepiente de no haberle puesto ese insulto como segundo nombre. Le hubiera ahorrado el disgusto a muchas personas.

A hurtadillas, se entromete por una pequeña abertura que supone Enzo ha dejado para él.

Se repite el plan en su cabeza, una y otra vez.

Entrar. Buscar el saco del viejo. Meter la mano y sacar una especie teléfono que supuestamente contiene información demasiado importante para el padre de Enzo, y su billetera, en la que tal vez estén ordenadas todas sus credenciales. No olvidar de revisar los demás compartimientos en su interior para descubrir si carga algo más importante consigo. Escapar con Enzo.

Y bueno, si le queda tiempo, asesinarlo con sus propias manos por estar tocando algo que no es de su pertenencia.

Enzo sonríe cuando lo observa parado contra la pared, escondiéndose entre las sombras.

Su cuerpo se encuentra a horcajadas del regazo del viejo desconocido, que ahora sabe se llama Luciano, mientras se deja tocar la piel descubierta y lo mantiene entretenido.

Se muerde el labio inferior cuando Julian da un paso hacia adelante, encontrándose con la ropa de Luciano sobre el suelo, desparramada.

Una mueca de asco perfila las facciones de Julian, y mientras Enzo se encarga de gemir audible para que el viejo ponga su atención en él, se desliza un par de guantes en sus manos.

Sí, le han pedido que no deje sus huellas en la escena. Podrían incriminarlo.

En silencio y con un profesionalismo que realmente hace dudar a Enzo de si Julian no es un carterista, el argentino comienza a rebuscar en los bolsillos de una prenda que no es la suya.

El teléfono es lo primero y lo más fácil de encontrar, dado que estaba escondido dentro del bolsillo izquierdo, a la luz de cualquiera.

Sosteniéndolo entre sus manos enguantadas, presiona el botón del costado, apagándolo.

english love affair [julian y enzo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora