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Si fuera un día normal, uno cualquiera más en el calendario, Julian ya estaría durmiendo, bajo las frazadas y tapado hasta la frente, porque no importa cuántos grados hagan, él necesita dormir cubierto, pero, resulta ser que es 21 de septiembre.

Un mal momento para caer en día de semana.

Ha estado desde esta tarde, luego del colegio, vagando por las historias de Instagram de sus mejores amigos.

Suspira, demasiado triste.

Todos están en Carlos Paz, festejando el día de la primavera, bebiendo hasta desfallecer y bailando como si jamás lo hubieran hecho.

El atardecer es una postal, digna de observar sin lágrimas en los ojos y nudos en la garganta. La música fuerte retumba y satura el parlante del teléfono de Julian.

Desde que se fue, pensó que el verdadero castigo de su madre era mandarlo a Inglaterra, a hacer sociales con ingleses cuando sabe que los odia con toda su alma -ahora un poco menos, claro está-, pero la realidad es que no, y Julian se da cuenta ahora de todo esto.

El verdadero castigo era perderse todos esos momentos con sus amigos, olvidarse de la joda y de cualquier otro tipo de alternativa a su felicidad.

No es como si no disfrutara el estar ahí, tener de amigos a Alejandro y a Paulo, boludear con Alexis, intentar aprender el idioma junto a Erling y pasarse horas besando los labios de Enzo, pero aún así extraña su casa, a su mamá, a su abuelo.

Ahora mismo se encuentra en un bucle de tristeza absoluta, escondido bajo las mantas para que Paulo no pueda ver las lágrimas gordas y ácidas que caen de sus ojos.

Se supone que el inglés debería estar durmiendo, pero no puede hacerlo si escucha a Julian sollozar como un bebé, mucho menos cuando no sabe qué es lo que le pasa.

Colocándose la almohada sobre la cabeza, se voltea hacia el otro lado. Si Julian no quiere hablar con él y se está escondiendo, es por algo.

Y ahí, cuando Julian cree que todo está perdido, que sus amigos se han olvidado de su existencia porque hace un poco más de cuatro meses que no los ve, una luz de esperanza le ilumina el rostro.

En realidad, es la pantalla de su teléfono, pero Julian es un dramático total.

Frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos cuando la luz le hace doler las cuencas, alcanza a leer "Videollamada entrante de Masturbanda."

Una sonrisa le parte el rostro en dos y se limpia las lágrimas con la manga de su buzo gris. La textura áspera de la tela le sonroja aún más las mejillas y se las deja ardiendo, pero ese no es su problema ahora.

Sabe que tiene los ojos hinchados y vidriosos, sin contar que los labios se le han oscurecido y parecen haber sido besados con tantas ganas que simulan tener colágeno.

Lo más probable es que sus amigos crean que se ha estado haciendo una paja, así que no le presta demasiada atención a su apariencia.

Se sorbe la nariz y presiona la notificación, contestando al instante.

Los rostros alegres de sus amigos aparecen en la pantalla. Alrededor de 8 rectángulos, sumado el suyo.

¡Eh, Juli! —grita Rodrigo, su mejor amigo. Sus cabellos oscuros están revueltos y tiene los ojos rojos. A Julian no le hace falta verlo demasiado para saber que, o está muy ebrio, o está fumado.

—Shh. —Paulo sisea, apretando la almohada contra su cabeza.

Julian hace una mueca, encogiéndose de hombros.

english love affair [julian y enzo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora