Capítulo 4 | Primera parte

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Lealtad

NAMJOON

Choi Minho fue un hombre sabio; aprendí más de él que de mi padre, y muchas de las cosas que me enseñó me siguen siendo útiles a día de hoy. Su inteligencia y astucia pudieron convertirlo en alguien poderoso, pero su intención nunca fue esa. Él solo quería justicia. Al actuar desde las sombras evitaba mancharse las manos y recibir atención indeseada, incluso reconocimiento por sus buenas acciones. Esa necesidad de mantener un perfil bajo fue, a su vez, lo que lo convirtió en un gran jefe. Si algo tenía claro Minho, y usaba para su beneficio, era que todo el mundo es manipulable.

Si no puedes o no quieres hacer algo, siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo por ti —recuerdo que me dijo en una ocasión—. Solo debes saber qué quiere a cambio.

Hasta hace dos horas jamás había tenido la necesidad de poner a prueba sus palabras. Entonces, al entrar al restaurante Salvatore, supe que debía hacerlo y comprobé que Minho tenía razón.

Todos tenemos debilidades. Todos estamos condicionados, aunque a veces nos neguemos a aceptarlo. Y todos, en nuestra condición de seres humanos, tenemos la capacidad de elegir.

Betty, por ejemplo, eligió tener dinero rápido y fácil. Cuando le mostré un fajo de billetes y le pedí que volcara agua sobre la mujer sentada con los Forte, ella no dudó en hacerlo. No puedo juzgarla. Al menos, ella lo hizo por beneficio propio.

Yo hago cosas y muchas veces no es ni para mi beneficio. Sí, quizá actúo por el bien de mi conciencia, pero la mayor parte de las veces lo hago por lealtad. Justo ahora, de hecho, estoy arriba de un taxi, en dirección opuesta a la que había planeado, por esa razón.

No subas al avión. Hyesoo nos necesita —fueron las palabras de Daegu hace instantes, tras haberme preguntado dónde me hallaba.

Estaba en el aeropuerto de Castacana, esperando el anuncio de mi vuelo a Weakland. Ahora estoy de regreso al sitio donde estuve hace solo una hora.

No pude negarme. Y dudo que vaya a negarme alguna vez a un pedido de Choi Hyesoo. Su padre me salvó la vida, así que tengo una deuda que pagar, aunque... para ser sincero, hace tiempo dejé de pensarlo de ese modo. Más que equilibrar la balanza, últimamente he accedido a sus peticiones porque sé que trabajamos por un bien mayor. Admiro la forma en que ella hace las cosas y, a pesar de que mantenemos un trato distante, le tengo aprecio. Si le llamo «jefa» es porque tiene merecido ese título. Al igual que Minho, ella es inteligente y sabe liderar.

—Es aquí —digo al taxista.

Este desacelera y, tan pronto como le pago y bajo del coche negro y amarillo, desaparece en el próximo cruce de calles.

Con mi bolso en una mano y el móvil en la otra, me apresuro al edificio. La construcción no sobresale del resto; la pintura exterior está deteriorada por el paso del tiempo y la puerta de entrada, al igual que las escaleras que conducen a los pisos superiores, parece desgastada.

Le doy una mirada al ascensor fuera de servicio y comienzo a subir por los escalones de madera ajada. Mientras lo hago, se me viene a la cabeza el primer intercambio verbal con Gia. Inmediatamente, me miro la mano. El dorso de la derecha ya no tiene sus dientes marcados, pero sí una pequeña llaga rojiza. La fuerza de su mordisco fue suficiente para lastimarme físicamente; sin embargo, no me duele. Solo estoy impactado. Sigo impactado por lo que hizo.

De las veces que imaginé un encuentro cara a cara con ella jamás se me pasó por la mente un comienzo así, aunque quizá fue porque las veces anteriores me dejé llevar por su apariencia.

Inhalo hondo mientras sigo subiendo los escalones para llegar al tercer piso.

Creí correr con cierta ventaja al tomarla desprevenida en el baño, pero lo cierto es que ella terminó sorprendiéndome, y mucho.

Cuando la divisé entre los comensales de Salvatore no me cupo duda de que era la misma mujer que yo había visto años atrás, en dos ocasiones diferentes. No es que la foto enviada por Taehyung fuese borrosa ni nada, pero verla en persona removió con fuerza aquellos recuerdos que creía superados.

No obstante, verla en persona por tercera vez no hubiera provocado nada remotamente extraño en mí si no hubiera sido porque esta vez, a diferencia de las otras, ella me vio a mí.

Tener sus ojos sobre los míos por primera vez me paralizó.

—Mierda —gruño al tropezar justo en el último escalón.

Pierdo el equilibrio pero logro estabilizarme con rapidez y trato de centrarme en mi misión. Tal como dijo Daegu durante la llamada, la llave del departamento está escondida bajo una baldosa suelta, casi al final del pasillo. La recojo y, tras meterla en la cerradura, tanteo el picaporte y empujo la puerta.

Puesto que me dijo dónde estaría la llave, asumí que no habría nadie esperándome. Cierro la puerta a mis espaldas y dejo caer el bolso a mi lado.

Hyesoo te dejó una nota en la mesa explicándote todo. Ella estará aislada unos días, así que si ocurre algo llámame a mí —recuerdo que fueron algunas de las palabras que agregó Daegu antes de cortar.

Debido a que su prisa no me dio espacio para hacer preguntas, me apresuro a la mesa para obtener respuestas. Cierta inquietud me recorre cuando, junto a un papel con dos oraciones, veo un fajo bastante grueso de billetes. Debe haber más dinero del que le ofrecí a Betty, y eso no fue poco.

Cojo la nota. Está escrita en coreano y, sin dudas, es la caligrafía desprolija de mi jefa.

Necesito que cuides de ella hasta que solucionemos esto.

Cómprale lo que necesite.

¿Ella?

Todavía con la nota en mi mano, echo un vistazo a mi alrededor. Excepto por mi bolso, en la sala no hay objetos que alerten de la presencia de otra persona. Un sofá, una mesa ratona y un televisor es lo único que amuebla el lugar.

Pero ¿y si la persona no tiene nada porque fue tomada a la fuerza en un restaurante hace menos de tres horas?

Dejo la nota en la mesa y paso la vista a los billetes, y entonces mi pregunta toma fuerza, y me doy cuenta de que estoy racionalizando cada presentimiento porque una parte de mí se niega a aceptar que...

Está aquí.

Mi jefa quiere que cuide a su hermana, quien probablemente se halle en la habitación, justo al otro lado de la puerta que estoy mirando ahora mismo.

Tiene sentido. Maldición. Es obvio.

Retrocedo un paso todavía con la mirada puesta en la puerta y vuelvo a mirar el dorso de mi mano.

Estaré atrapado con una mujer que se ha presentado de distintas formas en mi vida y que, al parecer, va a seguir apareciendo.

Sin necesidad de comprobar con mis sentidos que estoy en el correcto, ignoro la puerta del dormitorio. Si mi llegada no la alertó, probablemente se encuentre durmiendo. Exhalo con lentitud. Y porque he aprendido que darle mil vueltas a las cosas no hará que estas cambien, camino hacia la puerta principal.

Si voy a estar aquí por tiempo indefinido lo mejor será que vaya poniéndome cómodo, pienso mientras recojo mi bolso.

No suelo llevar muchas cosas en mis viajes. Ir de un punto del mundo al otro con frecuencia ha ido convirtiéndome en alguien bastante desapegado a las cosas materiales. No obstante, cuento con lo necesario: mi pasaporte, una Glock y tres conjuntos de ropa.

Si tengo una pila de libros esta vez es porque Daegu los rescató de la antigua casa de Minho, justo antes de quemarla. Él me vio leer algunos allí y debió pensar que yo querría conservarlos. Justo ahora, agradezco que haya tenido ese detalle.

Cojo un libro al azar y, tras sentarme en el único sofá de la sala, miro la portada.

Definitivamente, esto me ayudará a pasar el tiempo.

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ÁMSTERDAM | NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora