Capítulo 43

203 40 46
                                    

Hoyuelos ilegales

GIA

Nam me contó dos cuentos tradicionales más de su país, uno durante el despegue en Ámsterdam y otro mientras aterrizábamos en Italia. La fábula de Chunhyang es mi preferido hasta el momento, y no solo por la historia de amor sino por cómo y dónde me lo contó.

Escucharlo mientras sobrevolábamos Verona, una ciudad conocida por tener la historia de amor más trágica de todos los tiempos, me hizo reflexionar acerca de mi propia historia y de lo afortunada que soy.

Nam y yo hemos venido juntos a Italia. No me dejó en Ámsterdam, a pesar de que pudo sugerirlo como tantas otras veces. En su lugar, me invitó a acompañarlo. Lo único que me pidió, luego de que accedí, fue que le hiciera un favor.

Y aquí estamos, acercándonos a una puerta de madera clara, la cual termina por darle sentido al diseño minimalista del resto de la casa. No es como la imaginé, pero tampoco me decepciona. Solo es una casa más en un suburbio tranquilo de Florencia.

Al igual que las construcciones alrededor, es de una sola planta y tiene un modesto jardín delantero con césped bien cuidado y algunos arbustos pequeños. El camino de grava que lleva a la puerta principal está flanqueado por macetas de terracota que, aunque sin flores, complementan la fachada. Los muros bajos y de ladrillos que rodean la propiedad, separándola de las casas vecinas pero sin aislarla completamente, le dan un aspecto más acogedor. Parece un sitio seguro. Ahora entiendo por qué Nam me trajo aquí.

Cuando nos detenemos frente a la puerta, ladeo la cabeza en busca de su mirada. Nam le da un apretón a nuestras manos entrelazadas.

Hemos llegado a nuestro destino. A mi destino temporal.

Aquí es donde, según Nam, vive un conocido suyo.

Él inhala hondo y finalmente alza su mano derecha para aporrear con sus nudillos la puerta frente a nuestros cuerpos.

Durante cinco segundos, solo esperamos. A los diez segundos, y ya con un ligero pliegue entre las cejas, Nam vuelve a dar tres suaves golpes a la madera.

Es cuando la preocupación empieza a ganar lugar en su rostro que, inesperadamente, la puerta se abre. Entonces la expresión de Nam pasa de preocupada a confundida, y me veo obligada a voltear para descubrir qué ha provocado ese cambio.

Delante de ambos, sosteniendo apenas entreabierta la puerta, hay una mujer, quizá de mi edad, quizá unos años más grande, pero de rasgos suaves y curvos. Ella se ve tan confundida como Nam.

—¿Aquí vive Seokjin? —pregunta él, por alguna razón en inglés.

Ella pasa la mirada de uno al otro un par de veces. Nam frunce los labios, como si le inquietara sentirse tan inspeccionado, y no tarda en preguntar algo en italiano; no sé qué dice, pero el acento es inconfundible, y me sorprende porque él no me dijo que supiera tal idioma.

Sin embargo, en vez de responder, la chica mira hacia dentro por una fracción de segundo y vuelve a vernos.

—Lo siento, yo... —empieza a decir, inquieta.

—Oh, hablas español —murmura Nam con cierto alivio—. Te preguntaba si aquí vive Kwon Seokjin.

Ella hace una mueca.

—Lo sé, entendí eso, pasa que... ¿pueden esperar un minuto? —pregunta.

Acto seguido, sin esperar respuesta, nos cierra la puerta en la cara.

Nam me mira desconcertado y yo me encojo de hombros. Pero antes de que podamos decir algo al respecto, la puerta vuelve a abrirse, y aparece un hombre de rasgos asiáticos.

ÁMSTERDAM | NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora