Capítulo 31

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Juegos previos

GIA

Tengo una teoría acerca de las personas borrachas: cuando dicen que no recuerdan nada de lo que hicieron, mienten.

Después de haber experimentado por primera vez los efectos (y excesos) del alcohol, estoy convencida de que es así. ¿Por qué mienten? La respuesta a ello todavía no la sé con exactitud, pero tengo algunas ideas: primero, porque hicieron algo de lo que se avergüenzan; segundo, porque es mejor fingir olvido que admitir que cometieron un error en estado de ebriedad; tercero, aunque menos probable, porque se sienten apenados por haber bebido de más.

O todas juntas. Yo, al menos, estoy fingiendo olvido por todas esas razones, aunque tampoco es que Nam me haya preguntado algo de aquella noche. Al contrario. Pero si llegara a preguntar, creo me inclinaría por fingir olvido. Dios mío. Me gustaría olvidar, y no precisamente por la parte en que bailé.

No recuerdo con precisión el momento en que pasé de ser una persona sobria a una ebria, pero sí recuerdo que de un momento a otro estaba más risueña, y mareada, y caprichosa.

También recuerdo el preciso instante en Nam me dejó junto a la barra para responder una llamada, y al barman que aprovechó su ausencia para coquetear conmigo. Recuerdo haber cogido el trago para Nam, luego haberme apartado de la barra sin responder al barman, y luego... solo recuerdo una mano cerrándose en mi muñeca con desespero, arrastrándome hacia la salida mientras yo balbuceaba "quedémonos un ratito más, porfa" y Nam se negaba con diversas respuestas, tales como "debemos irnos", "es tarde" y "debes descansar".

Recuerdo a Nam cubriéndome con su abrigo apenas estuvimos afuera de la discoteca, y también cómo pasó su brazo encima de mis hombros y me ayudó a mantener el equilibro mientras caminábamos (deprisa) hacia nuestro destino.

Todo sucedió muy rápido, demasiado rápido, y cuando menos lo esperé estaba dentro de la casa, queriendo subir las escaleras pero fallando una y otra vez.

Fue cuando me agaché para quitarme los zapatos de tacón alto, que según yo era lo que me impedía subir, que me tambaleé y casi me caí desde la mitad de la escalera. Si no hubiera sido por Nam, que me sostuvo de la cintura al instante, probablemente ahora estaría con algunos cuantos huesos rotos. Pero si no hubiera sido por él, que se adueñó de mis zapatos con una mano y con la otra me cargó en su hombro tal como a un saco de papas, no habría terminado con la comida y bebida del día quemando mi esófago y luego atorada en la garganta.

Boca abajo como estaba, vomité la espalda de Nam. Minutos después, vomité la entrada del baño. Y finalmente terminé arrodillada frente al váter, vomitando el resto de las bebidas que había ingerido.

Solo cuando mi estómago quedó vacío (lo cual supe porque las arcadas ya no me ayudaban a expulsar nada sino que me hacían picar la garganta), me permití mirar a mi costado. Entonces vi a Nam acuclillado, sosteniendo mi cabello a la altura de la nuca para que no me manchara, y me percaté también de que había puesto su abrigo en el suelo para que mis rodillas no dolieran al estar en contacto con el frío y duro cerámico.

Recuerdo todo, sí, incluso sus palabras cuando sollocé asustada.

Estarás bien. Bebiste de más, pero te recuperarás. Solo fue tu primera borrachera. Lo hiciste bien, Gia Ricci.

En ese momento le sonreí, probablemente porque en mi estado de ebriedad lo creí un halago, pero de solo recordarlo ahora me dan ganas de cubrirme la cara y gemir de vergüenza.

Nam me sostuvo para ayudarme a mantener el equilibrio, también me cargó en brazos y luego me consoló al verme alterada y asustada. Y no solo eso. Cuando desperté al día siguiente, me llevó el té a la cama y, sin hacer mención de lo ocurrido, me dio un par de píldoras para el dolor de cabeza.

ÁMSTERDAM | NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora