Estuve despierta durante una hora tras acostarme, pero Nam no llegó al dormitorio. Me dormí sin tenerlo cerca y acabo de levantarme sin él. Si en algún momento de la noche se acostó a mi lado, debió de ser muy discreto y durmió sobre las mantas. Su lado de la cama está intacto, así que dudo de que siquiera se haya sentado.
Deslizo la mirada hasta mi mesilla de noche mientras me visto con uno de los vestidos holgados que me compré en Ámsterdam, y vacilo entre coger el libro que estaba leyendo o dejarlo allí, abandonado para siempre.
Es decir, Nam y yo tenemos planes para hoy: ir a Fiesole. Así que, si no termino el libro durante la mañana, y nos vamos de aquí, no podré terminarlo en absoluto.
Pero si lo llevo conmigo a la cocina para leerlo mientras desayuno, entonces pondré una barrera entre Nam y yo, y no quiero más barreras. Quiero hablar con él sobre lo que sucedió anoche.
¿Por qué volvió tan tarde? ¿La reunión con Roman salió mal? ¿Y por qué fumó antes de llegar? Estas son solo algunas de las preguntas para las que quiero respuesta, por mi bien y también por el suyo.
Sigo queriendo al verdadero Nam.
Más determinada que minuto atrás, me dirijo al baño interno. Una vez que salgo, ignoro por completo el libro que me prestó Nicol y abro la puerta que da a la sala. No hace falta que busque mucho para encontrar a Nam; él se haya al otro lado de la alta barra de madera que divide la mesa de la encimera y otros muebles de cocina.
Son las nueve de la mañana y, como supuse, él ya está bebiendo su taza de café. Puesto que está de espaldas a la sala, es ajeno a mi presencia hasta que rodeo la barra y llego a su lado. Se tensa en cuanto me detengo, pero no voltea a verme. Se mantiene mirando hacia delante.
—Buen día —musito.
Noto cómo un músculo tira de su mandíbula.
—Buen día —me devuelve, en tono bajo, sin duda forzado.
Por lo general, nuestros saludos matutinos son más expresivos. No importa en qué momento de nuestra relación hayamos estado, estos saludos siempre han roto el hielo entre ambos. Hoy no es el caso.
Es evidente que Nam no estaba esperándome, porque no veo mi té preparado por ninguna parte. La verdad es que no me molesta, pero sí me preocupa. Él suele tener esos pequeños detalles conmigo.
Diciéndome de que un mal día lo puede tener cualquiera, me dirijo a los gabinetes donde ayer Seokjin me explicó que se encontraban las tazas y los recipientes con saquitos de té de diferentes sabores.
Al percatarme de que tampoco hay agua caliente, pongo un poco a hervir. Cuando ya tengo mi taza con el saquito dentro, y entiendo que no me queda otra opción que esperar a que el agua esté lista, volteo para buscar a Nam.
Él sigue apoyado contra la barra, pero ahora mirando hacia uno de sus lados. Está evitándome, no hay duda, pero ¿por qué? No le hice nada.
Indecisa sobre abrir la boca y averiguarlo, o mantener el silencio y aguantar el ligero dolor en mi pecho, me muerdo el labio.
¿Qué se supone que debo hacer? Nam es quien siempre dice que debemos hablar, que la comunicación es imprescindible, así que ¿por qué ahora parece reacio a hacerlo?
Estoy llenándome de coraje para enfrentarlo cuando, inesperadamente, la puerta de la habitación de Seokjin se abre. Da dos pasos fuera antes de percatarse de nuestra presencia, entonces su ceño se frunce.
—Creí que aún dormían —dice pasando la mirada de Nam a mí—; no escuché cuando se levantaron.
Cuando pasan tres segundos y Nam no dice nada, me doy cuenta de que su mal humor es general y empiezo a sentirme incómoda.
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ÁMSTERDAM | Namjoon
Fiksi PenggemarTercer libro de la serie Sangre, sudor y lágrimas. "―Tengo el presentimiento de que me gustará. ¿Por qué no avanzas? ―Porque también tengo un presentimiento. ―¿De qué? ―De que una vez dentro de ti no querré salirme. ―¿Y eso es malo? ―Podría serlo."