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BELÉN.

La yema de sus dedos se pasean aún en mi cintura, aunque de forma muy pausada: está dormido. Veo apenas su pelo escabullido entre mis pechos y siento su cálida respiración chocar contra éstos. Acaricio el tatuaje de su nuca, delineandolo con mis uñas. No lo puedo creer. No lo perdoné, él no me perdonó, pero ya está. Los dos arruinamos al otro de distintas formas, es innegable, pero una gran parte de mí se encuentra tranquila y espero que sea igual en él. Al menos por un momento me encuentro paz. Me quedo como tarada mirándolo, recostado de perfil, dándome una perfecta vista de su espalda trabajada, de los músculos de sus brazos, todo en él está más maduro. Por lo menos físicamente.

El ruido de la puerta del piso de abajo hace que pegue un pequeño saltito en mi lugar, despertando a Enzo.

—¡Hija, llegué!— grita mi mamá allí, haciendo que me asuste enseguida.

—¡D-dale, ma!— grito en respuesta.

—¿Estás con Enzo?— pregunta riéndose. La imagino con esa cara de “yo sabía” que siempre me hizo cuando se encontraba a Enzo en mi pieza.— Decile que se quede a comer.

—¡No!— grito, pero Enzo me tapa la boca con una mano.

—¡Dale, Marce!— le responde a mi mamá, gritando en la puerta. Voltea a mirarme y hace montoncito con su mano— Te pegué terrible garchada y no me vas a invitar a comer, dale sí, tomatela.

Aunque habla despacio, hace que me sonroje al instante. Es un tarado. Suspiro y me tiro de nuevo en la cama, tengo todo el cuerpo dolorido. Siempre nos dejamos llevar por la calentura y no soy consciente del después. Me doy vuelta en la cama, estirándome y quejándome por lo mucho que me duele todo. Enzo está parado en mi habitación poniéndose la ropa y sólo puedo pensar en cómo alguien tan hijo de puta puede ser tan hermoso.

—Me vas a ojear ya, fantasma— dice mientras se pone su remera, sin siquiera mirarme. Efectivamente mis ojos ya estaban prácticamente quemándolo.

—¿Cuál hay? Si te quiero mirar te miro.

—Hacete la viva vos— se acerca a mí y aprovecha que estoy boca abajo para darme una nalgada que me provoca un saltito seguido a una queja—, a ver qué les decís a tus viejos cuando no te puedas ni sentar.

Me tapo la cara con la almohada, avergonzada. Odio su facilidad en decir las cosas cómo si sus palabras no tuvieran el peso que tienen. Se tira a mi lado y me saca la almohada, mirándome a los ojos con atención. Posa su dedo índice y el pulgar en mi mentón, sosteniéndome con dulzura.

—Sos preciosa, ¿sabes?— une nuestros labios y da repetidos besos en los míos.— A mí no se me cae nada en decírtelo, somos distintos ves.

—Y sí, yo no soy mentirosa, no te puedo decir lindo si no lo sos— lo jodo, haciendo que ambos nos ríamos.— No hagas ninguno de tus chistecitos en frente de mis viejos, porfa.

—Ta bien, ta bien.— alza sus manos en demostración de paz y se sienta en la cama para ponerse las zapatillas— Seguro que piensan que vine para jugar un fulbito de cinco.

Golpeo su brazo, riéndome.

—No seas pelotudo, en serio te digo.

—¿Y qué estábamos haciendo, a ver?

—Viendo las cartitas que nos hacíamos. Que, por cierto, me las tiraste todas al piso y vas a levantar una por una ya.

—Claro porque todo fue mi culpa seguro.

—Sí, siempre sos vos.

Me gusta estar así. Sin sentir que estoy haciendo algo mal, sin pensar que me estoy dejando humillar o que no me tendría que sentir bien cuando estoy cerca de él. Son simplemente jodas, sin nada más, sin ningún trasfondo terrible.

DM ━ enzo fernandezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora