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Enzo abrió sus ojos con tanta dificultad que incluso le costó reconocer su propio cuarto. Miró a su alrededor mientras se estiraba ligeramente en el colchón y sonrió inconscientemente al encontrarse con el angelical rostro de Belén adormecido. Bajo la única sábana blanca que cubría ambas anatomías, se distinguía la casaca de River con su apellido en el dorsal, recordándole su última parada en la habitación que utilizaba como museo, siendo este el último lugar donde había cumplido la promesa de hacerla suya en todas las piezas de la casa. Apoyó el lateral de su cabeza en la palma de su mano mientras utilizaba la que tenía libre para acomodar algunos mechones azabaches que caían por la frente de Belén. Tantas veces encontrándose con caras desconocidas a su lado, con mujeres que no volvía a ver en su vida o que quizá le parecían interesantes solo un par de veces y ahora tenía el privilegio de encontrarse con la cara del amor de su vida. Una locura.

Y, además, por fin habían dormido juntos sin la preocupación de que los minutos pasaran tan rápido que la muchacha debiera irse. Esos encuentros casuales que tenían en hoteles transitorios por Manchester o por Londres no les alcanzaba para darse una buena siesta, sino apenas unos minutos de descanso después del sexo que terminaban en besos de despedida donde Belén le recordaba que había alguien esperándola. Aunque ahora las cosas siguieran siendo igual –con algunos kilómetros de diferencia–, Enzo se sentía otro. Lo que tenía en duda habían terminado de resolverse cuando revivió la cotidianidad de ver la melena morocha de Belén merodeando por los pasillos de su casa, besándolo cuando estaba distraído o riéndose de él cuando no aguantaba otro round. La sencillez de sus actos, la dulzura con la que se ven o las ganas que se tienen había terminado de convencer a Enzo; Belén, su Belén, estaba ahí, y no permitiría que se le volviera a ir.

El 5 del Chelsea sonrió al ver como su adversa fruncía levemente su nariz y, aun dormida, movió su mano en el abdomen del mayor, buscando cercanía entre ambos de manera inconsciente. La delicadeza del rostro femenino adormecido no era equivalente a sus últimas palabras antes de cerrar los ojos, que con bastante firmeza había esbozado un "si no es cogiéndome, no me despiertes". Enzo sabía con el malhumor con el que podía llegar a despertarse si la sacaba de su sueño de alguna otra manera, había quedado completamente agotada después de un día entero haciendo de las suyas en cada una de las habitaciones de esa casa. Suponía que sería de madrugada fuera de esas cuatro paredes, aunque en ningún momento había visto la hora, ni cuando se acostaron ni ahora. ¿Qué más excusas seguiría buscando para desobedecer la orden de Belén? No tenía ninguna a su favor, así que, sonriente, se decidió por hacerle caso.

Quitó el brazo ajeno de su propia cintura y se movió cuidadosamente en el colchón, observándola con atención mientras se escabullía bajo las sábanas hasta acomodarse en medio de sus impecables piernas. Ese fin de semana juntos se había autodiagnosticado como adicto a los muslos de Belén, podría quedarse tranquilamente unos largos minutos observándolos o acariciándolos con una admiración digna de un análisis. Le gustaba todavía más cuando los tenía alrededor de sus mejillas, asfixiándolo, pero ese era otro tema. Sus mejillas rozaban contra la suavidad de esa piel mientras se metía entre sus piernas, dónde se encontró con una agradable sorpresa; Belén había llegado a su cama tan cansada que ni siquiera se tomó el tiempo de ponerse la ropa interior, y es más, con suerte que tenía la casaca de River ya puesta cuando llegó, sino tampoco se hubiera molestado en esconder su torso. Mejor, pensó Enzo, masajeando el interior de los muslos ajenos con sus fuertes manos, abriendo sus piernas lo suficiente para que su cara quedase alineada con la entrepierna desnuda de Belén.

DM ━ enzo fernandezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora