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2017
‹ 𝑛𝑜 𝑡𝑒 𝑝𝑟𝑜𝑚𝑒𝑡𝑜 ›

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BELÉN.

Mis dedos delinean garabatos en la nuca de Enzo, quién yace recostado entre mis pechos desnudos dándome caricias suaves en la cintura. El primer día que llegamos a Mar del Plata salimos borrachos a la madrugada, caminando por la peatonal hasta llegar a la playa central, buscando algún lugar sin gente para poder disfrutarnos sin la restricción de nuestros amigos que ya estaban hartos de escucharnos en situaciones comprometedoras. Desde ese día, empezamos a ir ahí todas las madrugadas –menos las que salimos de joda–, llevando una mantita y un parlante para besarnos debajo del cielo estrellado de esa hermosa ciudad.

Hoy es el último día que nos queda, por lo que me encuentro mucho más sensible; no quiero volver. No es solo porque las vacaciones hayan sido un éxito, sino porque sé que volver implica retomar la vida de mierda que tengo desde que elegí el camino de ser una pelotuda. Por lo menos, después de haberle dado tantas vueltas, llegué a la conclusión de que nunca quise hacerle daño a Enzo, sino que busqué la mejor excusa para seguir pegada a él sin sentirme tan cornuda. Por supuesto que la culpa comienza a esparcirse por todo el interior de mi organismo y, a veces, amenaza con sobresalir y hacerse notar. Este es uno de esos momentos en el que la culpa es incontrolable y me domina por completo bajo la pregunta recurrente de ¿por qué estoy haciendo esto? Estar con Enzo es tranquilidad, es amor, es paz, es seguridad. Y aunque se equivocó, hizo todo lo posible por revertirlo, sin saber que su error terminaría en esto: en mí preguntándome cuánto falta para que todo se vaya a la mierda. El miedo de que algún día todas estas emociones me excedan y la última opción que me quede sea admitirle que lo vengo cagando hace un año.

Lejos de todos mis pensamientos, siento sus labios dar pequeños besos desde el valle de mis pechos, ascendiendo por mi cuello hasta mi mentón para finalmente encontrarse con mi boca. Sosteniéndose con las palmas de sus manos en los laterales de mi cabeza, me observa preocupado.

—¿Qué pasó, amor? ¿Por qué lloras? —su tono de voz expresa la intranquilidad que se ve reflejada en su rostro. Y aunque me gustaría hacer de cuenta que nada está pasando, el dolor de saber que estoy cada vez más cerca de perderlo me parte el corazón. — Me asustas Belu, ¿qué pasó? ¿Te lastimé? ¿Te hice algo? —la angustia que vengo arrastrando me desborda, haciendo que las lágrimas se junten en mis ojos. Pensé que me estaba vengando de él, que tenía mis razones, que se lo merecía, pero lo único de lo que estoy convencida es que esto no es ni parecido a eso. Arruiné todo. Con sus pulgares, Enzo intenta secar mis lágrimas, insistiendo en que le diga que es lo que me pasa.

—No quiero perderte, Enzo...— pronuncié como pude, aferrándome a su espalda para esconder mi rostro en su pecho cómo si de esa forma pudiese revertir todo lo que le hice. Lo que nos hicimos.

—Tonta, no me vas a perder— dijo riéndose, separándome de él para que lo enfrente. Sus labios no tardan en desparramar un camino desorganizado de besos en mi rostro, tirándome contra la mantita apoyada en la arena para recostarse de lleno encima mío. El contacto de su barba crecida de un par de días hizo que me ría inevitablemente. Voy a seguir alargando ese momento, me niego a que llegue, no quiero separarme de él.— No me asustes así Belén, pensé que te lastimé o que te hice algo.

DM ━ enzo fernandezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora