Correr, volar e indagar

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No le dio vueltas y zanjó la intriga por la mañana, así que tras el desayuno se desplazó levitándose a vuelo rápido, seguido por el relámpago negro de su Sirviente y dio con el encino con un clavo sosteniendo un mensaje que decidió leer de inmediato.

Hace 3 días un Brujo derribó a un Grifo. —pensó Lydia ante la primera premisa del pergamino y siguió leyendo.

La luz del alba abrazaba a Bosque Ovalo y entre las alturas de las ramas de un árbol cercano, Michael achicó los ojos un momento al mirar el sol ascendente por casualidad y siguió atento a los alrededores.

El asunto con los bandidos fue ayer, quería dejar los recuerdos alejados y aplacar la pequeña disertación que había tenido con la Bruja, así que una buena forma de hacerlo era enfocarse en su deber.

La mañana comenzó sin problemas en el desayuno, de hecho, hasta charlaron ligeras banalidades y ella lo deleitó como siempre con su esbelto ser hermoso cubierto bajo las prendas ligeras para dormir.

Esperaba que la convivencia siguiera así de agradable tanto dentro del hogar como fuera de él, sin embargo, estaba consciente de los peligros y de su deber como Sirviente, así que mantuvo la atención y algo distinto rompió la calma del momento.

Ya te vi. —pensó observándolo a menos de 10 metros, por la izquierda de Lydia.

Había aprovechado su color y sigilo para acercarse, lo seguía haciendo; en su ignorancia no sabía que el guerrero lo había visto y la mujer del sombrero podría liquidarlo.

Colmillo oscuro cayó cual relámpago en descenso, situándose a la izquierda de la Bruja. Rey sangriento ya estaba listo en la mano. Los ojos de fuego abandonaron la lectura. La criatura a 3 metros se detuvo.

Lydia, tapada por la espalda de Michael, dio un paso a un lado, sorprendida, pero más curiosa que disgustada y luego entendió la acción de su Sirviente.

La bestia se había detenido, moviendo la cola y con las orejas y los ojos en expresión de ataque. El felino con porte de león, en apariencia majestuosa, veloz y fuerte, se había detenido cerca, mirando con noble expresión torva de cazador al guerrero negro y aunque no enseñaba los dientes ni emitía sonido alguno en sus ojos y posición emanaba la amenaza.

El Leo verde hacía gala de su hombre por el pelaje de hoja enfundando su figura por doquier. La criatura del porte de un oso, pero mucho más peligroso que uno, es verde desde la cola hasta la cabeza, apenas la nariz, las regiones internas de sus orejas y las almohadas conformando sus garras, son del rosáceo color carne; del resto, el verde lo conformaba, aunque también tenía puntos castaños por doquier y en conjunto, ese patrón era un buen camuflaje en las praderas y los bosques.

Colmillo oscuro le plantó la cara al monstruo, con Rey sangriento a la mano. El Leo verde no se movió de su sitio, zigzagueando la cola, con las patas prestas para atacar y pelear, reflejando en el iris negro de sus ojos verdes al ser humano que no se movía; rumiando en abalanzarse.

La Bruja no dejó que el silencio entre el guerrero y el monstruo perdurara por más de un minuto, ya que se puso al lado del espadachín, tomando el pergamino con la zurda, para que la diestra al frente hiciera de los dedos una garra y en medio de la palma una esfera de fuego emano, siendo atrapada por esos 5 garfios.

El Leo verde pareció pensar y aunque en su rostro noble y amenazante nada cambió, su accionar fue dar un paso atrás, luego otro y así, silencioso y certero, se alejó del par de seres peligrosos que pudieron darle fin a su existencia, pero su redujeron a dejarlo ir.

Colmillo oscuro mantuvo la guardia y cuando el monstruo estaba a 7 metros, comenzó a perderlo de vista entre el verde de los arbustos y matorrales del encinar, así que sugirió.

En las Garras de la BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora