19. Don't Do It.

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Jennie se giró hacia mí, con una expresión de sorpresa en su rostro

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Jennie se giró hacia mí, con una expresión de sorpresa en su rostro. Dándome a entender que no se esperaba... y es que, ni siquiera se imaginaba que yo podría traerla a este lugar.

—Yo no puedo hacer esto, Lisa —negó—. No puedo. Me trajiste aquí sin mí maldito consentimiento.

Ya no había sorpresa, sino enojo. Sus ojos se entrecerraron, y su ceño se frunció. Sus manos se cerraron en puños, y sé que por su mente, sólo pasaba una cosa, la manera más fácil de huir de dicha situación.

Pero no lo lograría, porque mi proposito era que ella se olvidara del mundo y cumpliera su sueño. Sé perfectamente que por su familia no lo pudo hacer; y por estar siguiendo esas estúpidas reglas, las cuales de nada valen, porque no valen de nada.

Porque ella es la que no ha puesto el límite. Y me enoja saber que se casará con alguien que no la aprecia, ni ve todo el talento que tiene.

Porque Jennie aparte de ser hermosa, rebosa de talento. Y de eso pude percatarme la noche que se comprometió; y cometió el peor error de toda su vida.

Error del cual no he parado de pensar, y mucho menos después de estar tan cerca de ella, de sus labios y su piel. Muy cerca de ella en general.

Darme la oportunidad de oler su cabello, acariciar su cuello con mis labios, y aprisionarla contra el ascensor. Ver esa mirada de cordero pequeño, que no sabe que hacer, que el lugar se le hace muy pequeños, y que espera ser liberado pero al mismo tiempo quiere quedarse ahí.

Era una sensación muy extraña. Cada que estaba con Jennie, nos encerrábamos en nuestra propia burbuja, y nadie tenía la posibilidad de entrar ahí, nadie podía ver hacia adentro.

Ya no era odio.

Ni siquiera sentía la mitad de eso por ella.

Era jodidamente ireal lo que estaba ocurriendo con Jennie.

Mi piel se erizaba, y todo el rencor y la terquedad, se esfumaba. Ya no tenía terquedad en mi alma.

No con Jennie.

—Sí puedes —la tomé de los hombros—. Jennie, sí puedes.

–No, Lisa. Por Dios, tengo muchas que hacer y tú empiezas a jugar...

–¿Crees que yo estoy jugando? —busqué su mirada, y cuando la encontré, sólo percibí miedo—. Ahí está tu felicidad, demuestra lo que vales, Jennie. Demuéstralo.

Se mordió el labio inferior con fuerza y arqueó las cejas hacia abajo, en modo de tristeza.

No me hacía falta ser una genia para darme cuenta de toda la verdad, ella tenía miedo de que esto fuera visto por alguien más. De no cumplir la promesa que le hizo a sus padres, sé perfectamente que no fueron los padres perfectos, pero Jennie no puede dejar de quererlos.

The River. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora