23. Tatuaje de la putrefacción.

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Horrorizado, eso es lo que describía a su ser, quería arrancarse las orejas y los ojos, las ganas de vomitar le inundaron el estómago y su vista se enfocó en una pistola en la esquina de la mesa, sería tan fácil tomarla y dispararse en la cabeza para al menor morir con la conciencia tranquila de que no se atrevió a cometer un acto tan ruin.

— Tienes que estar bromeando — comentó apretando la copa de vino entre sus manos, con los ojos fijos entre esos dos diablos que se solo rieron por su honesta reacción al pedirle algo que en su vida se atrevería a hacer — Yo no puedo hacer eso.

A veces aún se levantaba a media madrugada a prender un cigarro y fumar marihuana en el balcón de su mansión mientras su príncipe dormía desnudo enredado en sus sábanas teniendo unos sueños dulces por la sonrisa que su rostro poseía todo el tiempo. O si en cambio se sentía más abatido, se escondía de sus propios guardaespaldas y caminaba en la orilla de la playa siendo consolado por el sonido de las olas del mar que lo vió crecer golpear las rocas, reflexionando sobre como terminó en una situación tan asquerosa como esa.

Los rostros de sus víctimas cobraban vida en sus pensamientos, sus sueños dejaron de tener ese toque de emoción que lo hacía despertarse con energía de correr sin parar hasta alcanzar sus más anhelados deseos. Ahora eran melancólicos, se imaginaba a las familias o amigos de sus presas llorando y con la preocupación de en dónde estaban y que es lo que ocurriría con ellos.

Cuando por la calle se topaba con algún volante de "¡Se busca!" y una fotografía de alguien que él secuestró, no soportaba el peso de la culpa y los rompía. Hacía un gran esfuerzo de no ir a la policía y confesar todos los malos actos que ha hecho y de los cuales ha sido testigo pero sin poder decir nada.

Últimamente tenía una amarga sensación, ya no soportaba ese trabajo, se arrepentía de haberlo aceptado no solo porque su estabilidad mental se estuviera viendo afectada, eso era lo de menos. Dolía ver como la decisión de dejar vivir o morir estaba en sus manos y siempre elegía arruinar a una familia entera con la pérdida de un hermano, un hijo, un padre, un abuelo, alguien a quien le guardaban cariño, al cual le llorarían su pérdida y llenarían sus corazones de rabia e impotencia.

Por un lado, ya no tenía esa preocupación de saber que iba a comer a la mañana siguiente o cuando le sería entregada su quincena, gastaba sin mucho control, sobre todo su querido novio. Ah Hyunjin... estaba tan feliz la mayoría del tiempo y le subía los ánimos al pelinegro cuando le contaba las nuevas cosas que aprendía en la universidad o solo se sentaba a su lado y le daba un masaje.

¿De verdad era justo que mientras ellos disfrutaban de la gran vida le arruinaban la vida a alguien más?

Tarde o temprano enloquecería.

Ni él comprendía como es que se lograba convertir en un monstruo para luego llorar en soledad diciendo que no lo haría de nuevo pero por su puesto que solo eran palabras al aire.

¿Qué es lo correcto? ¿Qué debería de hacer?

Estaba demasiado confundido, deseaba volver a cuando era adolescente y su mayor preocupación era si al castaño lo molestaban en la escuela.

— ¿Qué? ¿El niño está asustado? — cuestionó Lee mofándose de la reacción del muchacho, el menor apenas podía ver sus las siluetas de los hombres debido a que se hallaban a contra luz.

— No seas marica — agregó Yang ajustándose las mangas de su saco — Llevas más de 4 años en este negocio ¿De verdad crees que sigues siendo de buen corazón? — frunció su ceño haciendo contacto visual — Nadie lo es, todos tienen secretos que los pudre.

— Se qué no he sido un santo — Changbin pasó la mano por sus cabellos oscuros — Pero por favor, no me obliguen a hacerlo, yo no puedo ¡E' de un bebé del que se habla! — gritó alarmado con la respiración desenfrenada.

El Luchador (ChangJin - Skz)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora