Capítulo 45: El osado John

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Día cuatro

Desde el alba el barullo fue el verdadero gobernante de todo Camster. Desde el castillo se veía a la servidumbre cómo gallinas sin cabeza corriendo de un lado al otro. Y desde la altura de las torres, también se apreciaba al pueblo en el flujo constante. Tenía ganas de conocerlo, quería saber el estilo de vida de los magos.

Recibimos un exquisito desayuno en la habitación. Era un banquete para al menos diez personas, perfectamente ordenado, los trozos de carne iban acompañados por frutas y verduras que no tenían existencia en mi conocimiento. Era tan raro mirar a Brian comer vegetales frente a mi en la austeridad del antiguo ambiente, pero no puedo negar que también fue emocionante.

El plebeyo nos entregó las ropas que debíamos vestir, pero no se tomó la delicadeza de explicarnos cómo se ponían o al menos dónde iban. El ruloso y yo pasamos un buen rato intentando descifrar la vestimenta que resultaba ser la etiqueta de Camster, pero sí los más listos del cuarteto no habíamos resuelto el enigma, tal vez el exótico sí.

Nos escabullimos a la habitación contigua para encontrar la cómica escena de Freddie intentando vestir al rubio. Era evidente cuáles eran los pantalones, la camisa, el chaleco y el saco con cola larga, pero había otras prendas que no tenía idea que eran, como un listón que no sabía sí iba en mi cintura o sería un adorno para el cabello como los que Lunna usaba.

Mucho tiempo después apareció Alex y mientras se soltó en carcajadas nos ayudó a cada uno a ponernos las telas extrañas. No habíamos perdido por completo la razón, sí lo básico estaba en su lugar y el resto, eran los adornos. Después de que el pintor me envolviera como pino navideño con el listón, se aseguró de que nuestros cabellos estuvieran en su lugar.

—Estaremos en una reunión real así que debemos comportarnos con impecables modales— explicó mientras nos guiaba a una de las torres más altas —Sé que no saben sobre modales camsterianos pero mantengan siempre la espalda recta y la barbilla en lo alto. En cuanto a las reverencias: un pie atrás, doblen las rodillas, la espalda siempre, siempre recta y la cabeza agachada.

Nos dejó esperando en los asientos que había en un pasillo alumbrado por un gran ventanal en forma de estrella de cuatro picos conformada por rombos puntiagudos. En frente estaba un espejo enorme donde me desconocí; la elegante e incómoda ropa violeta me hicieron estirar el cuello, mi cabello perfectamente acomodado sobre mi cráneo y mi piel relucieron en sincronía, incluso mis ojos y su dudoso color. No es por alardear pero me veía cual príncipe o como la reina que suponía ser.

Una sombra oscureció el ventanal y me distrajo de mi propia contemplación. De par en par y en absoluto silencio la ventana se abrió. La ágil Lunna que trepó por árboles entró por allí. O, es decir, ¿la Reina? ¿Todo ese tiempo estuvimos bajo el yugo de una verdadera reina? Pero no lo parecía, no vestía como una reina, no se comportaba como una reina, ni siquiera en aquellos momentos dentro del castillo y entonces, ¿teníamos que reverenciarla?

—Te veré después— le prometió a su dragón.

Terminó por meterse al castillo, cerró la ventana teniendo cuidado de no hacer ruido y una vez logrado, sacudió su ropa, se deshizo de la sudadera y pasó sus manos suave y lentamente por todo su cuerpo. Al mismo tiempo, empezó a surgir tela nueva para crear un vestido pomposo que se sujetaba por sus hombros hasta su caída al suelo, el violeta, azul y blanco desvanecidos eran opacados por varias estrellas que parecían copos blancos sobre su abdomen.

Incluso yo, que lucía mejor que cualquiera de los príncipes Harry y William, me quedaba en las sombras en comparación a ella. Fue difícil creer que la misma niña torpe y fastidiosa estaba deleitándome aún con sus manos sobre su cabeza mientras enredaba su cabello. Entonces lo creí, Lunna realmente era una reina. Giró al espejo para admirar su obra y en el reflejo nos miró para después encararnos.

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