Capítulo 61: Rendición

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—¿Te molesta que venga a tu casa sin avisarte?— le pregunté a la enana una vez dentro de mi auto.

—No… solo creí que tendríamos ensayo…

No pasaron ni siete minutos dentro de mi Volvo cuando ella se acurrucó contra la puerta del copiloto y aprovechó el trayecto para tomar una siesta. 

Ese mismo trayecto me obligó a repasar las palabras del príncipe. Imaginé el final de mi día, imaginé que llegaría a casa, encontraría a mis hijos con sus juguetes tirados en cada rincón, prepararía algo rico para cenar, tendríamos una batalla de migajas de pan entre los tres, recojeriamos todo, los acompañaría a su alcoba, tal vez les contaría una historia o un libro hasta que durmieran, tomaría una ducha caliente, con la radio narrando las hazañas de los grandes personajes de la historia de la música y luego en el televisor vería las calificaciones hacía el campeonato en el abierto de Wimbledon hasta que me quedase dormido. En completa paz… y calma… sin nadie que me reclame por la forma en que corto la verdura, en la que como, o sí demoro mucho tiempo en la ducha o por el volumen del radio o por sí quiero ver el tennis en el televisor.

Sí. Esa vida era la que quería…

Y qué sí los demás hablan. Ni siquiera creo que lo hagan. Además, lo hacen todo el tiempo, no seré el primero en divorciarse, ni el último. Podrán hacer sus estúpidas preguntas y les daría la vuelta, como siempre he hecho. Y sí mi madre se enoja, será su problema. No creo que quiera perder a su único hijo por una decisión que me corresponde a mi, solo a mí. Además, ella no es quién soporta a Verónica todos los malditos días. Algún día habrá de perdonarme.

—¿Cómo está Brian?— atacó Roger en cuanto entramos a la sala.

—Enloqueciendome…— respondió la enana.

—Ese es Brian— repuso Freddie.

—Por cierto, no le agradó ni un poco lo que dijeron de la hepatitis…

—En mi defensa, fue lo primero que se me vino a la mente— comentó el rubio.

—Sí, pues no le gustó.

—¿Me explicarás por qué no podemos verlo?— exigió Jim.

—¡Es contagioso!— defendió Rog.

—¡La hepatitis no es contagiosa por aire, animal!— le gritó Freddie

—No creí que quisieran que la prensa estuviera hablando sobre él, así que lo llevé a un discreto hospital donde no dejan pasar a muchas personas…

—¿Solo tú puedes visitarlo?— dudó con una ceja en lo alto.

—Es por seguridad…

—Acompáñame a mi oficina…— sentenció el manager. y mientras ambos salían de la sala, Roger se burló de ella como las personas más maduras que eran.

—¿Qué sucede, cariño?— me preguntó Freddie —Tienes una cara de devastación que no es normal en tí.

—¿Tengo otras caras de devastación que sí son normales?— intenté bromear.

—Otras más melancólicas…— me confesó —Esta es más de que estás a punto de estallar pero tus modales no te lo permiten…

—No es nada nuevo, Freddie. Solo estoy cansado, muy cansado…— sus ojos dudosos me mostraron que mi verdad a medias no estaba funcionando. Era extraño, esos profundos cristales marrones habían perdido su fuerza, ya no eran mi debilidad, tanto que ni siquiera le conté lo que en realidad pasaba.

—Deberías tomarte unas vacaciones, aprovecha ahora que no podemos avanzar mucho— se rindió de inmediato.

—Lo pensaré…— le concedí para no discutir con él. Era lo que menos deseaba.

En Tus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora