Capítulo 01: la cosecha

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Panem - Distrito 12

Consiguió ver su reflejo en el agua cristalina del lago. Apretó la mandíbula, las lágrimas se acumulaban en sus ojos amenazando con derramarse a la más mínima provocación. No lloraría. No ahí. No frente a las cámaras.
Podía ver la piel viva bajo las marcas de las pequeñas mordidas que le salpicaban el cuello. Minúsculas gotas de sangre brotaban de la piel rosada y herida. Ardía como el infierno.

Hizo un cuenco con las manos y las sumergió para recoger agua que luego se llevó a las heridas en el cuello. Un gemido le nació de los labios. Se obligó a cerrar los ojos para negarle la salida a las lágrimas que parecen renuentes a mantenerse en su sitio.
Su respiración se había entrecortado para cuando abrió los ojos; el aire le quemaba el tabique nasal por la fuerza con la que inhalaba.
Miró nuevamente su reflejo en el agua, notando que pequeños motes de una sustancia amarillenta le brotaban de las mordidas. ¿Qué carajo era eso? ¿Era culpa de los roedores que la habían lastimado? ¿La habrían infectado? Eso significaría que estaba fuera. Había terminado el juego para ella.

Entonces lo vió. Surgieron primero las alas, luego las patas delanteras, luego se distinguieron los ojos cuadriculados y redondos y finamente las patas traseras. Una mosca tras otra, brotando de sus heridas. Brotando de los adentros de sus tejidos, como si las larvas hubieran roto sus huevecillos en lo más profundo de su médula.
Ahogó un grito. Un escalofrío la hizo caer sentada sobre el césped mientras se llevaba las uñas a la piel para comenzar a rascarse; presa del pánico. Podía sentir la sangre y los residuos de carne acumulársele bajo las uñas. Intentó gritar pero era como si los insectos le hubieran devorado las cuerdas vocales desde adentro.

Entonces despertó. Un sudor frío le resbalaba por la espalda, le empapaba las sienes adhiriéndole el cabello a la cara. Estaba agitada, aturdida también. Su pecho bajaba y subía de manera agresiva mientras miraba alrededor intentando ubicarse. Empuñó las sabanas bajo sus manos y se dijo «concéntrate Morgan, concéntrate maldita sea»
Comenzó a enlistar las cosas que veía, aferrándose a la parte de ella que luchaba por conservar la cordura.

Silla; la silla de mamá, cubierta con su abrigo favorito de lana.

Odiaba esas malditas pesadillas. Odiaba no poder volver a cerrar los ojos sin transportarse a la arena de nuevo. Odiaba no poder distinguir cuando estaba soñando.

Mi espada; tiene la funda de cuero que papá me obsequió.

Lentamente su respiración recobró su ritmo, a la par que el agarre en las sábanas se aligeraba.

El broche que Madge me tejió antes de marcharme.

Inhaló profundo, soltando por completo la tela. Había vuelto en sí; aunque cada vez parecía costarle más. Cada mañana parecía perderse un poco más en la locura. Temía algún día despertar y no poder nombrar las cosas en su habitación; no poder recordar sus posesiones más valiosas.
Aún cuando había ganado los juegos parecía todavía atrapada; como uno de esos ratones de pruebas que corren en un laberinto.

Decidió que no podría volver a dormir. Aún no amanecía pero se sentía incapaz de soportar otro sueño de ese estilo, así que salió de la cama en dirección a la cocina mientras se enfundaba en su habitual cazadora negra. Colocó un pocillo con agua sobre la lumbre y salió de la casa. Ya en el pórtico se sientó, encendiendo un cigarrillo que pronto se llevó a los labios. Había algo sobre el humo, o quizá sobre la madrugada, que le resultaba tranquilizante. Se sentía finalmente en control de nuevo.

Cruzando la vereda podían distinguirse las luces encendidas en la casa de Haymitch. Seguramente se había quedado dormido sobre la mesa, babeando entorno a una botella vacía de licor barato. La idea le causó repulsión, por lo que enfocó la mirada en algo más.

Cenizas | Katniss EverdeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora