Capítulo 29 - Es todo su culpa

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Panem - Capitolio
Desde el punto de vista de Morgan

Bajo la mirada a mis pies descalzos, observando las gotas de agua helada descender entre los huesos marcados de mis empeines. Las correas entorno a mis tobillos marcan rajadas que sangran día con día a causa de la fricción. Mi piel, amarilla y magullada, parece haberse vuelto tan frágil como el papel, resaltando el color rojizo de la sangre que me escurre desde las espinillas a causa de las patadas.

Estoy exhausta. Incluso respirar parece tomarme tanto esfuerzo que por instantes me permito fantasear con dejar de hacerlo. No puedo sostener la cabeza, por lo que la dejo colgar, al igual que las manos que aún están sujetas centímetros más arriba de mi cuello por grilletes.

Entonces las luces de la habitación se apagan y, al escuchar la puerta cerrarse, sé que el día ha terminado; dejándome adolorida y sumida en una oscuridad que no me ofrece nada más que un crudo sentimiento de soledad. Dicha soledad parece herirme más que todos los golpes en conjunto. Hace frío y aún puedo sentir los temblores en mi cuerpo a causa del agua, lo que me impide mantenerme quieta para reunir energía.

Apresada contra el muro, con el cuerpo cubierto por sangre y empapado en agua helada, refugiada por la oscuridad de la noche; dejo de sentirme fuerte. En cambio me permito sentirme vulnerable. Me permito sentirme débil. Quizá sea porque ante la falta de luz, o ante la falta de la presencia de mis torturadores, no le veo caso a reprimirme. No le veo caso a mantener la actitud arrogante o las risas ácidas. Así que en cambio, me otorgo un descanso a mí misma como cada noche; y lloro.

Espesas lágrimas me nublan la visión segundos después de haber escuchado los engranajes de la puerta automatizada cerrarse. Se acumulan en mis ojos antes de caer una por una sobre la piel sucia y herida de mis mejillas. Y me lo permito. Me permito llorar por el fogoso ardor en mis costados al ser sometidos a las descargas eléctricas de sus bastones. Me permito llorar por el punzante dolor de cabeza, por el traje desgarrado que apenas me cubre el cuerpo. Me permito llorar por la soledad que en lugar de jugar a mi favor, parece haberse vuelto en mi contra, poniéndose de su lado.

Me permito llorar por las veces en que Madge me abrazó, por las veces que le canté a Prim hasta dormir, por las brillantes sonrisas de mi madre antes de morir, por las palmadas al hombro de papá. Me permito llorar por cada momento con Katniss.

No puedo decir con certeza cuánto tiempo ha pasado. Quizá podría medirlo por el deterioro del traje con el que salí de la arena; el cual ahora se limita a desgarrados trozos de tela que parecen volverse más delgados con cada día que pasa. Aunque, para mí, ha sido toda una vida.

—¿Qué hará ahora?— pregunto de una manera tan débil que por un instante creo que no me ha escuchado, así que levanto la mirada —. Ya me tiene, pero ella salió. Y mientras Katniss siga con vida, nunca podrá detener la rebelión.

—No se gana una guerra deteniéndola, señorita Cassel — responde Snow. Las palabras le pasan entre la lengua y los dientes como siseos —. Una guerra se gana luchando, actuando con inteligencia. La fuerza bruta se vuelve inútil sin estrategia— continúa de una manera tan tranquila que me resulta desesperante.

—¿Qué le hace pensar que su estúpida estrategia le asegurará la victoria?— espeto sin reparaciones, pero mis palabras no parecen afectarle en lo absoluto —. Ya no tiene sentido mantenerme con vida, esto supera cualquier cosa que Katniss sienta por mí.

—En eso te equivocas— Snow coloca ambas manos sobre su rodilla, con los ojos fijos en mí —. Katniss Everdeen, siendo la chica crédula e idealista que es, haría cualquier cosa por amor. Ese es su punto débil. Ese será el punto de quiebre de su preciada rebelión.

Cenizas | Katniss EverdeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora