Capítulo 35 - Árbol del ahorcado

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NOTA DE AUTOR

Qué tal, gente.

Me atrasé un poco porque tuve un problema. En una salida con mis amigos me caí de una moto y terminé con una clavícula rota, entonces ahora tengo el brazo izquierdo inmovilizado. Quédense tranquilos que ahora todo está bien, necesitaba un par de días de descanso.

La buena noticia es que fue el izquierdo y resulta que soy diestro, así que aún puedo escribir. Y la verdad es que será lo único interesante que estaré haciendo los siguientes dos meses que me están forzando a guardar reposo. Aún así ténganme paciencia, que prometo no ausentarme.

De paso, feliz quince de septiembre adelantado para todos mis mexicanos.

Espero que disfruten el capítulo. Recuerden votar y comentar mucho, ya saben que siempre los leo.

FIN DE LA NOTA DE AUTOR

Panem - Distrito 13

Para cuando despertó, estaba cálida y suturada en su vieja cama de hospital. No había nadie alrededor, salvo el incesante pitido de la máquina a su lado. Recorrió la habitación con la mirada, percatándose del pedazo de munición que descansaba sobre la mesa; la cual los doctores habían extraído de su pierna.

Devolvió la mirada al techo cuando la realización llegó a ella como un golpe crudo.

¿En dónde estaba Peeta?

A ese punto podría estar muerto, bajo los escombros de alguna bodega en el ocho. Quizá carbonizado por las explosiones, o en el peor de los casos, secuestrado por los agentes del Capitolio. Cualquiera de las anteriores le hacía un nudo en la garganta que pronto le humedeció los ojos.

¿Cómo había sido tan tonta para permitir que le sucediera algo?

—Hola, Katniss— no fue consciente de que Plutarch había entrado en su habitación hasta que escuchó su voz, seguido por el chillido de la silla a su lado al sentarse —, ¿cómo te sientes?— ella no respondió. Las lágrimas habían comenzado a rodar por los costados de su cabeza hasta aterrizar en el cabello detrás de sus oídos —. Quizá te mejore un poco el ánimo saber que ayer transmitieron doscientos programas del primer propo, y diecisiete reestrenos que Beetee ha puesto al aire desde entonces. Está siendo un completo éxito, si quieres verlo podría pedir una silla de ruedas para...

—En verdad fingiremos que nada sucedió— respondió la castaña con la voz ronca y la atención puesta en el techo —. En verdad haremos eso; pretender que no abandonamos a Peeta.

—Katniss...

—Quiero estar sola— declaró de manera tajante, volviéndose sobre su sitio para darle la espalda.

Escuchó un suspiro, seguido nuevamente por el chillido de la silla y finalmente el ruido de sus botas al alejarse. Quiso volver a dormir, cerrar los ojos para apagar sus pensamientos por un instante, pero eso solamente pareció durarle momentáneamente. En cuanto abrió los ojos de nuevo, tras una corta siesta de un par de horas, divisó a Haymitch sentado a unos pies de distancia de su cama.

Éste se inclinó, balanceando algo que colgaba de un cable blanco delante de su nariz. Era difícil enfocarlo tras haber despertado, pero estaba bastante segura de lo que era. Y luego lo dejó caer sobre las sábanas.

—Ese es tu auricular— dijo él.

—No tengo humor para...

—Te daré exactamente una oportunidad más para usarlo— continuó Haymitch sin prestar atención a su protesta —. Si te lo quitas del oído de nuevo, te instalaré esto— él sostuvo una especie de artefacto para la cabeza que tenía la apariencia de un grillete —. Es una unidad alternativa de audio que se asegura alrededor de tu cráneo y bajo tu barbilla hasta que se abra con una llave. Y seré el único que tendrá una. Y, si por alguna razón eres lo suficientemente inteligente para inutilizarlo— tiró el grillete en la cama y sacó de repente un diminuto chip platinado —, autorizaré que quirúrgicamente implanten éste transmisor en tu oído de manera que pueda hablarte las veinticuatro horas del día.

Cenizas | Katniss EverdeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora