Capítulo 34 - Nuestro fuego se propaga

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NOTA DE AUTOR

Hola, gente, espero que estén bien.

Antes que todo, les pido una disculpa por atrasarme.
El trabajo, el gimnasio y la universidad me han tenido saturado, pero aquí está su capítulo finalmente.

No iré a ningún lado, para aquellos que estaban seguros de que los había abandonado. Me quedaré aquí con ustedes hasta el final de ésta historia, se los prometo. Y, en cuanto tenga oportunidad, también prometo regalarles un maratón para compensarlos por el tiempo perdido.

Espero que lo disfruten. Voten y comenten mucho, saben que siempre los leo.

FIN DE LA NOTA DE AUTOR

...

Panem - Distrito 12

—¡Morgan, basta!— reía Madge a carcajadas, retorciéndose sobre el suelo, incapaz de defenderse de las cosquillas.

Morgan se separó riendo también, permitiendo que la pequeña rubia recuperara el aliento con una sonrisa en el rostro mientras volvía a sentarse.

—Eso es para que jamás vuelvas a decir que, en realidad, no toco tan bien la guitarra— le advirtió Morgan, sonriendo al escuchar otra risa de su hermana.

Madge lucía joven, mucho más joven. Era como volver a verla tener tan sólo diez años. Aunque Morgan, en lugar de tener once, seguía teniendo diecisiete. Y de alguna manera la repentina e inexplicable juventud de Madge era refrescante en conjunto con los sonidos del bosque, el sutil movimiento del aire y el aroma a tierra húmeda.

—¿Morgan?— la llamó la niña después de un par de segundos en silencio, tomando un puñado de hojas secas del suelo para entretenerse desmoronándolas.

—¿Sí, Maggie?— Morgan la miró con los brazos apoyados en sus rodillas. Mirar a Madge de perfil era como sentirse en casa. Incluso estando sentadas entre árboles, con rocas y nada más que insectos, ver sus mechones dorados relucir al sol era cálido.

—Lo siento.

Morgan frunció el ceño al escucharla, acercándose a ella para quitarle un mechón de los ojos.

—¿De qué hablas?— inquirió la mayor.

Madge levantó la mirada, sus expresivos ojos verdes eran similares a los de Morgan, pero sutilmente más claros. No reflejaban dolor, ni odio. En realidad no solían reflejar nada más que calidez.

—Siento haberte dejado— murmuró la pequeña con la voz quebrada, lanzándose a abrazar el torso de su hermana para hundir la cara en su estómago antes de comenzar a llorar —. Morgan, lo siento, pero tienes que dejarme ir.

—¿Dejarte ir?— repitió Morgan aturdida. Pasó una mano por el cabello de su hermana pequeña, sintiendo una especie de opresión comenzar a formársele en el pecho —. Maggie, no llores. No irás a ningún lado. Estarás aquí conmigo por siempre.

—No— la niña negó en repetidas ocasiones contra su estómago, volviendo a sollozar —, no lo estaré. Y eso está bien porque sé que tú vendrás conmigo cuando estés lista.

—Madge, si esto es alguna clase de broma, está dejando de ser gracioso— Morgan había comenzado a sentirse pesada, como si algo le faltara.

De pronto el llanto de la pequeña se detuvo, sus brazos se volvieron flojos a su alrededor hasta resbalar, la sangre tibia dejó de circular a sus mejillas para sonrosarlas, y su cuerpo perdió fuerza hasta caer de costado al suelo.

Cenizas | Katniss EverdeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora